Poeta y basura

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“En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que solo espera que regrese la vida”.

jueves, 5 de enero de 2012

"Sobre eduación", de Pablo Vega

Hoy traigo a colación el artículo de mi compañero y amigo filósofo Pablo Vega. De modo apasionante, describe su opinión, a grosso modo, sobre una realidad social y, más concretamente, sobre otra realidad más tangible dentro del Colegio Mayor donde vivimos (yo ya cuatro años). Lo pongo en El Viaje porque me llamó la atención que plasmase en palabras algo que llevaba ya pensando varios meses. Quien se haya visto inmerso en una situación de convivencia de tal índole, lo captará a la perfección. Gracias, Pablo.

Hace poco leí la expresión “comer educadamente”, expresión que, en un principio, todo hijo e hija de vecina entiende. Se supone que, ya que somos humanos, sería bueno que comiésemos con educación, es decir, sin armar mucho escándalo, sentados, y por qué no, nos limpiásemos, entre bocado y bocado, la comisura interlabial con servilleta y dos dedos, así, como con mucha galantería. Y no es malo. Insisto: no es malo. Pero existe un terrible peligro que nos acecha, a mí y a todos: encorsetarnos en una serie de normas, de gestos, de actitudes externas, para parecer algo que realmente no somos. Así, digo que es malo cuando la forma sustituye al fondo, cuando se pierde el fondo de vista. Se supone que hemos adoptado una serie de gestos, de actitudes, de convenciones sobre el buen comer, sobre el buen saludar, sobre el buen vestir. Ahora bien, ¿se puede comer educadamente, cumplir todas las normas de protocolo, y ser un perfecto animal? Sí, se puede. Uno puede estar sentado en la mesa delante de un sujeto que cumpla con todas estas normas externas, y que, sin embargo, sea una auténtica bestia parda, un perfecto australopithecus, una perfecta planta.

Creo que sería bueno, nos humanizaría, que al comer, o al hablar, o al andar, o en cualquier situación cotidiana, de vez en cuando, alguien le diera por cantar, o pegar un grito, cuando fuese, o comer sentados, o de cuclillas, o lanzarnos el pan de vez en cuando, o hacer una jarrada. Y digo que sería bueno no porque en sí mismas me parezcan actitudes dignas de alabar, o muestras de la más alta racionalidad, sino porque sería la muestra de que, en efecto, somos humanos (seres con instintos, pasión y razón),  muestra de que, por lo menos, hemos superado el reino vegetal. Así, una jarrada de vez en cuando podría despertar a muchos de su letargo vegetal –si es que lo tienen- o, en fin, despertar en otros esa pizca de pasión necesaria para afrontar el resto del día. Se trata, sencillamente, de algo que nos despierte de la rutina, esa rueda con potencial deshumanizador de acciones programadas.

Somos herederos de una educación basada en la opresión, en la norma, en la prohibición y en el principio de “acción-reacción”: no te sabes la tabla de multiplicar, vara; no sabes distinguir un lexema de un morfema, coca. -¿Pero por qué estoy castigado sin salir? -Porque sí, porque lo dice tu padre y punto. Se trata de un mecanismo basado en la guía por evitación, en que esto no se hace porque lo digo yo y punto. El famoso principio de autoridad, que algunos pretenden ahora recuperar, aunque, recuerdo, la autoridad no se impone como la
potestas: la autoridad se gana con el ejemplo, con la persona. Así, una persona que tiene autoridad, si de verdad la tiene, no debería prohibir o castigar, o imponer normas; la sola autoridad le bastaría. Es otra tergiversación de lo que conocemos como “autoritario”.

Puede que haya parte de razón en las normas; que el esfuerzo sea necesario en todo proceso de aprendizaje; que la letra, a veces, con sangre entra; que una coca bien dada, en su momento, pueda ser hasta buena; que parece mejor, más de humanos, comer sentados que en el suelo, pero no hay que olvidar el motor, el origen y catalizador de lo que hacemos, y por qué lo hacemos. Buscar el sentido de las cosas, de las normas, y más que promover actitudes mediante normas, promover aquello que ha permitido surgir la norma. Si lo que quiero es humanizar la comida, deberé promover humanidad entre mis comensales, si lo que quiero es que mis alumnos atiendan en clase, deberé buscar las vías para captar su atención, más que mandar callar o expulsar a todo aquel que hable.

Por suerte, esta educación con mucha tradición está cambiando, pero no debemos olvidar nuestro pasado; ser conscientes de ello para poder cambiarlo, hoy.

Así, pienso que la educación (para los lantinajoadictos, de “educere”: guiar, conducir) debe basarse en un mostrar actitudes vitales, positivas, en alentar en aquello que creemos digno de ser seguido. Se trata de ayudar, favorecer, animar, sea con el ejemplo o con palabras, la búsqueda de un objetivo, de canalizar las vidas en busca de ese objetivo, de promover ese objetivo con pasión. De lo contrario, estamos creando seres autómatas, que únicamente se guíen por evitación: por cosas que no se deben hacer, por cosas prohibidas. Se me ocurre otro ejemplo gráfico que quizás me ayude a explicarme: coger a una persona y, en vez de mostrarle el lugar a dónde creemos que debe dirigirse, le coloquemos una venda y, cada vez que se salga de la senda, soltarle un bofetón para que vuelva al camino. Más efectivo sería quitarle la venda y decirle: ¡allí! Claro que cuenta con el riesgo de perderse, pero será él el que se pierda, y él el que deba encontrarse. Se equivocarán, nos equivocaremos, pero habremos sido nosotros los que nos habremos equivocado.

Intuición, pasión, aspirar a cosas grandes. La mayor parte de personas que niegan este tipo de cosas, estas actitudes, y promueven normas basadas en prohibiciones, no hacen sino proyectar sobre los demás la experiencia de sus propias vidas: frustración, y así, en busca de control, o como mecanismo de poder, normalmente, encorsetan y martirizan a los de su alrededor con prohibiciones, órdenes y mandatos imperativos. Gente intolerante, por lo demás, pues a los primeros que no toleran son a ellos mismos. 

Quien se soporta, soporta.

Pablo Vega, artículo para la Revista "La Chicharra del Jaime", 2011.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, sí señor. Pero hay que tener en cuenta que, aunque merezca la pena, todo cambio conlleva un riesgo y no todo el mundo es amante o puede siquiera soportar este estado.

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  2. También pienso en esta línea. Mi mujer es profe. De la Pública. Creo, pienso, que se debería mirar un plano más cercano. Hoy, (¿ayer?) las escuelas públicas son un desastre. En todos los sentidos.
    Un abrazo, esperanzado.

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