Poeta y basura

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“En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que solo espera que regrese la vida”.

jueves, 28 de abril de 2011

"Material defectuoso", nuevo disco de Extremoduro

¡Por fin! ¡Por fin! ¡Por fin!

Como a estas alturas deberíais saber, el nombre de mi blog viene tomado de la novela que escribió Roberto Iniesta, quien es el alma máter de Extremoduro, grupo que (además de Javier Ibarra y Jim Morrison) más influencia han depositado en mi humilde persona.

Pues bien, ¡
SACAN NUEVO DISCO! Soy mucho más que forofo, amante o mero fan. Los tengo en un altar. Mi primer concierto fue el que dieron en 2008 en Plasencia, tras años sin tocar en su ciudad de origen (es extremeño, como yo) y es uno de los tres momentos que recuerdo con más pasión, felicidad y dicha de mi vida. ¡Joder! ¿No me lo notáis? ¡Estoy eufórico! Ritmo, letras, guitarras, saxos, esencia, poesía, amor, soledad, muerte, realidad, sociedad, religión... ¡TODO!

Os dejo el pedazo de adelanto que han sacado y su letra: "Tango suicida", el disco saldrá el 24 de mayo (más info en
http://www.extremoduro.com/)


¡ARRIBA EXTREMODURO!

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Sangre negra de esta herida brota,
no dejo de pensar que te deje marchar.

Nunca había estado un alma tan rota
desde que tu no estas no quiere recordar.

Se paso una vida entera
y yo solo guardo el recuerdo
de una pocas horas.

Era primavera,
el sol salió ese día
por ponerse a tu vera.

Y el olor de un día de enero,
estribadito en tu agujero,
sígue en mi cabeza.

Y un verano juntos de la mano,
y me pasao la noche fuera.

Ya todo el año me hace daño
y me vuelvo a llevar
a patadas con la primavera.

Junto a las hojas que el otoño vino a derribar
me deje llevar… me deje llevar.

Que te corre por las venas,
que te noto que te falta, nena,
temperatura, ¿que algo te hiela?
eso me apura, toda una vela.

Deja que te diga, nena,
que lo nuestro no es equitativo,
todas las noches que estoy contigo
tu eres quien come, yo soy comido.

Deja que te diga la razón
si tu imaginación
no encuentra una sola respuesta.

Tu deja que te clave en un arpón,
justo en el corazón,
así lo mismo te contesta.

Morir, sin mas, pues nadie me ha venido a despertar.
No estas, me abrí, y nadie me ha venido a despedir.

Sin nada mejor, que andar por dentro hurgándome,
sin nada mejor que hacer, tostándome al sol,
hurgando en el recuerdo y no lo entiendo mejor que ayer.

-Dinos que te pasa
-Estoy jodido, perdí la conciencia,
y ahora ando siempre sumergido
en montones de mierda.

-No ha dormido bien el señorito
-Iros a la mierda
-Que no se acostumbra a estar solito
en esa cabeza.

Dices que te hago daño,
¿es que no entiendes que te extraño a mi manera?

Ya que preguntas, pa’ ahogar mis penas,
me fui de putas la noche entera.

Dijiste que nunca mintiera,
que dijera la verdad aunque duela.
¿Por que me miras de esa manera?
Después te fuiste,
y “adiós muy buenas”

Deja que te diga la razón
si tu imaginación
no encuentra una sola respuesta.

Tu deja que te clave en un arpón,
justo en el corazón,
así lo mismo te contesta.

Morir, sin mas, pues nadie me ha venido a despertar.
No estás, me abrí, y nadie me ha venido a despedir.

Hoy noto que no,
que no me da la gana, yo la vida doy por saber
si un mundo mejor esta esperándome mañana,
un mundo mejor que ayer.

Anda y cuéntale a tu diosecito que aquí huele a mierda.
Y dijo Judas: “solo necesito un trozo de cuerda”

-No ha dormido bien el señorito
-Iros a la mierda
-Que no se acostumbra a estar solito en esa cabeza.

viernes, 22 de abril de 2011

"Lo bueno de ser una rata"


¡KAABOOOM! Ya que los nazarenos no pueden salir, salen las ratas.

Os explico: hace cosa de un año y pico, por medio de estas locuras de los blogs, el destino quiso que Raül Jurado Gallego y Francisco Bermejo Gil, poetas más amigos que nunca, me pescasen de entre la red de redes. Yo, un pececino pseudo-novato, fui propuesto participar en un proyecto de poemario 100% extremeño bastante ambicioso. Al principio, reconozco que no sabía que sentir: algo de nervios, dudas, desconfianza... pero bastó hablar con ellos y conocerlos en persona para darse cuenta de que iban muy en serio y que un libro no sería lo único que sacaríamos de nuestras recíprocas relaciones, sino una buena amistad, un desarrollo de estilos propios impresionante en comparación a cuando empezamos y una visión mucho más exacta del jodido mundo de la publicación.

"Lo bueno de ser una rata" se encuentra dividido de la siguiente manera:

·         Prólogo, a cargo de Manolo Chinato, famoso poeta de Béjar pero de corazón castúo, muchas de cuyos versos se encuentran esparcidos por las canciones de Extremoduro (recomiendo descargar el disco "Poesía básica", pinchad en el enlace, es megaupload).

·         Canción del pirata, a cargo de Raül Jurado Gallego, poeta cacereño y cerebro del proyecto.

·         Introducción genesiaca, a cargo de Nítsuga Sotso Anibor, donde se introduce al personaje de nuestra obra: Dámaso.

·         Bloque 1: "Amor busca desamor, llámame", a cargo de Francisco Bermejo Gil, donde se aborda ese eterno compañero; a veces malvado, a veces bueno.

·         Bloque 2: "Soledad, compañera, ¿cuánto cobras?", a cargo de Raül Jurado Gallego, donde se habla de la soledad del ser humano y sus cruentos castigos.

·         Bloque 3: "Azabaches pupilas donde muero", a cargo de Nítsuga Sotso Anibor, que, como os podréis imaginar, puro existencialismo y extinción vital.

·         Epílogo, a cargo de Agustín Ostos Robina, a modo de reflexión y llamamiento final.

Raúl, puso la semilla para que esto se gestase; Fran y sus contactos, se encargaron de que la catalana Editorial Quadrivium apostase por nosotros y nos publicase; mi amigo Triple R, dibujó la portada, contraportada y las tres plumillas que hay por bloque; el Café Literario Libertad 8 de Madrid, el local para la presentación el próximo 2 de mayo y, finalmente, la confianza, el esfuerzo, la perseverancia y el destino, hicieron lo necesario para que esto saliese adelante.

En fin, gracias a todos los que me comentáis y ayudáis a que mejore con vuestras opiniones. Cuando el libro esté a la venta online con La casa del libro, os avisaré.

PD: os dejo la humilde Introducción genesiaca, un texto al que le di bastantes vueltas y no sé si las suficientes. Es muy obtusa y roma, pues fue escrita por estas manitas hace un 15 meses, en pleno apogeo de estilo barroco ;) Leed con tranquilad, frase por frase. Guten apetit!


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"Desperté. Prefería vivir, pero desperté. Las ventanas de mis ojos, atascadas por grasa de legañas, se desgajan torpemente. Chirrían, cansadas ya de la monotonía del abre-cierra automatizado. Pienso: “qué duro ser párpado” (otra absurda idea de las que foguean de temprano). Así, al menos, no estoy solo. Un poco loco, quizás, pero, ¿quién no lo está? Si en este mundo faltan bocas y corazones que alimentar. Al desperezarme, sigo sin enterarme del sentido de la cuasi esclavitud a la que fui condenado. El cómo llegué a este punto es una cuestión que he de debatir con el que, desde lo más alto, con imperativo índice manda.

La ciudad se viste, en avaros minutos, de luces y sonidos tras, en la noche, agonizar moribunda. Algo inquietó mi fase REM: gritos de amor, soledad y muerte que sollozaban en las esquinas más arrinconadas, en el asfalto más rodado, en lo más negro de las sombras, no deseando más que ahogarse en oídos de nadie y de todos. De repente, silencio. Atroz silencio que daba guerra, sin incesantes grillos. Nunca se conocieron herreros que trabajasen así la pesadumbre (se dice que se esconden en soles saltarines mas sus martillos no volverán a repiquetear).

Desde arriba, se aprecian hormigas que en des-conjunto marchan y desfilan sorteando avenidas y callejones sedientos de ser pisados. Mastico una bocanada de aire sin dar las gracias y observo, en medio de un profano bostezo, al gigante en el que vivo. Este barrio prefiere alejarse de la buena fama, huyendo deprisa de turistas y curiosos. Que lo califiquen como les dé la gana, sus altivos edificios aguantan con denuedo el expansionismo de superficiales bloques de pisos que no saben nadar. Salgo afuera y, de nuevo, la imaginación me salpica: “ese árbol parece deprimido, ¿por qué nadie le hará cosquillas?” y, seguidamente, “joder, Dámaso, deberías dejar las sandeces en casa”. Alcanzo, probablemente, uno de los mejores momentos de la jornada: el Metro. Cómo disfruto fisgoneando lo cotidiano de las personas, desde la expresión de apresuradas prisas hasta el cansancio vomitado por la rutina. Así soy yo, tan impertérrito como una peñasco pero, a la vez, ladrón de sonrisas al contemplar ternura entre una pareja, el cuidado del progenitor por su descendencia o el ceder del joven su asiento a hastiadas viejas. Qué paradójico lugar. Miles de historias que se entrecruzan día tras día y, sin embargo, yo me bajo en esta.

Atormentado, enjaulado en el enfado, prosigo en el andado camino hasta llegar al lugar donde sueño desempeñar mi labranza. Siembro papeles, fotocopio desesperanza, bebo ruina, trivialidades ladro y discuto angustia. En definitiva, otro día igual. Cuando recapacitó el reloj colocando las agujas en su sitio, arrepentido de la tortura a la que acostumbra a someter, abracé la amnistía cotidiana, esa liberación que alegra a cada uno de los dedos de mis pies y me lleva de la mano. “¡Qué gustazo! ¡Vamos a la tasca a tomar un par de cañas!” Le sugerí al olvido.

La fragancia de la calle, antes tergiversada, se siente bien. Tras unas lentes optimistas, decido perderme y marrar saboreando lo incierto del destino. Las caras que se cruzan me son familiares; son los rostros de cualquier persona, de cualquier lugar, en cualquier momento. Están, mas podrían no estarlo; coincide que he torcido aquí, no allí; resulta que, de no haber dirigido así los pies, no habría escuchado esa canción que desempolva recuerdos del músico que dinero implora llover; nostálgico y melancólico me troca. En los escasos dos instantes y medio que vive el choque de direcciones, intento discernir cómo serán sus vidas, sus problemas, con qué se deleitan y qué les entristece. A pesar de que mi entusiasmo llora de capa caída, tres o cuatro ápices me reporta pensar en ellos. “¿Cavilarán? ¿Se preguntarán lo mismo?” Y, acto seguido, “Tan solo si desvarían como tú, imprudente, no riges bien”. Mejor mando callar a mi subconsciente (ese sí que no sabe lo que dice). Pero, sobre todo, “¿sospecharán la desdicha que arrastro?” Opto por desterrar tales perturbaciones y encaro una brizna de brisa que, en el aire sucio, incide.

La cerveza, en atasco por túnel oscuro, grita eructos de satisfacción. Nubes de humo y voces me conducen a un ataque a mano armada de tos. Es extraño pero, aunque presida la barra en soledad, me retiene el pringue que la sociedad dejó caer. Dentro de una burbuja personal, la barahúnda de cualquier bar pierde la condición de indómita. Vuelvo a maquinar: “Dámaso, si escribieses las cosas que se te ocurren cuando estás borracho, te harías de oro, chaval”. Sin embargo, demasiados lagrimales se han secado desde que fui desterrado al mental exilio. Con un codazo, “¿no te parece, olvido?”

Caminar y caminar; errar y errar. Una vez más sin rumbo, sin dirección, sin norte (debo tenerlo por aquí pero no sé dónde). La noche me arropa, me aprieta bien entre sus nictálopes y lúgubres notas que me hacen delirar. Ese fragor profundo cala hondo; ese grisáceo contenedor, por segundos, solicita relevo; ese gato de argénteos luceros se ríe de mí. Vil derrotero, carnívoro de caucho, desgasta los zapatos de romero peregrino. Al abrazarme mendigo, desplómeme sobre mi ajetreado lecho, inclemente mármol de la caja de un banco, que se alegra de verme, abriga con gélido desprecio (de vagar y vagar, renací vagabundo).

Desperté. Prefería morir pero desperté. Separé las acartonadas sábanas, me levanté, besé el suelo y, entre moscas y mosquitos, empecé a abonar el sendero cagando dudas."

Nítsuga Sotso Anibor, Raül Jurado Gallego, Francisco Bermejo Gil, Rafael Ramos Rodríguez © odos los derechos reservados

jueves, 21 de abril de 2011

Siete fuegos

AVISO A NAVEGANTES: no tengo ni puta idea de lo que he escrito. Tan solo sé que llevo un mes de sequía creativa y me ha salido esto. No sé si el género es fantástico, de aventuras, filosófico o de su puta madre. Repito: ni puta idea. Os permito que oséis a regalarme vuestras opiniones y, en particular, mediante la presente ordeno a Igor, infinitamente más ducho que yo en estos asuntos, a que me diga con exactitud de qué se trata esta atrevida parida ignota.

I

Caminé siete noches más por la Campiña. En la primera, compartí hoguera con un enano de las Montañas del Norte que se había extraviado. Hablaba sin parar de ambiciones por conseguir, de futuros felices y dichosos y de cómo acariciaban las brisas en los riscos de su tierra. Su barba pelirroja y vello de los brazos le daban un aspecto muy simpático y rudo a la vez, aunque comía con tal ferocidad que me costó contener la risa al escuchar sus postulados sobre el arte de la minería.

II

La siguiente noche, me crucé con un grupo de elfos del Bosque Esperpento, al lado de la Meseta Daikur. Demasiado arrogantemente sabios para mi gusto. Daban todo por obvio, olvidando que la mayor obviedad es el carácter perennemente cuestionable de las cosas. Supongo que la obsesión del perfeccionamiento les llevó a dilapidar los sentimientos y promover los sentidos, razón por la que creo que sus ojos perdieron en fulgor y ganaron en distancia. No conocían ni de la sorpresa ni del rugir del corazón. Me aburrí.

III

Preguntándome, al ocaso, a qué variopinto personaje conocería el tercer día de mi marcha, silbaba despreocupado montando el campamento. Herví el agua, desollé una liebre y nadie apareció. Comí tranquilo. Susurraban los vientos entre las hojas en sus tertulias vespertinas y, cuando más atención prestaba a lo que bisbisaban, llegó un perro pardo, de ojos tristes y apagados, gimiendo por un poco de comida. Ciertamente, me alegré mucho. Lo llamé Plasóteles.

IV

Al día siguiente, hubiese preferido estar solo a haber conocido a un grupo de hombres que provenían de las llanuras ígneas; esas tierras eran conocidas por lo dureza del vivir, pues siembre azotaba un sol impío desde cualquier punto, la tierra abrasaba y la siembra era imposible, por lo que los autóctonos se veían obligados a errar sin rumbo, nómadas, en busca de caza. Compartiendo camino, me supe aterrado, viendo cómo los más puros instintos les dominaban. Querían más y más. Solo para ellos. Y, si uno tenía una mayor cantidad de algo, era objeto de envidias del resto. No recapacitaban sobre las consecuencias de sus actos, tan solo pensaban en un presente tangible. Me repugnaban. ¿Cómo podrían tan neciamente ignorar su condición de mortales? Ellos reían y reían, bebiendo con vigor y una aparente seguridad en sí mismos. En cuanto pude, corrí entre las sombras.

V

Gobernando ya la oscuridad del quinto día, el caprichoso destino quiso que, por ayudar en el sendero a quien yo creía un mendicante, me ganase la amistad de un sabio mago de Belcanfur. Recuerdo, mientras cenábamos, su cara huyendo de mis ojos al esconderse entre el juego de luces alentado por el baile de llamas, un rostro curtido por el devenir de los años, las manos agrietadas por surcos de toda una vida. Habló mucho y de muchas cosas: me hizo imaginar otros mundos con otros seres, con otras gentes; proponía lunas, soles y atardeceres distintos, más complacientes, menos rígidos; conversó seriamente sobre la naturaleza del tiempo, la percepción de éste en cada una de las especies y el desosiego de la injusticia. Dando generosos tragos al vino peleón, me comentó con cierta satisfacción que la razón del destierro al que fue condenado encontraba la causa en la expulsión que se granjeó de su Orden por vomitarle en los pies una perdiz viva a Kharzaham, el jefe y más temido de los magos. Entonces, comenzó a despotricar sobre la corrupción que produce el poder, afirmando con brío que el poder corrompe y que, el poder absoluto, corrompe de manera absoluta. Continuando en su soliloquio, yo me limitaba a disfrutar escuchando cómo, con cada nueva palabra, iba destapando sus demonios, amores, odios y miedos más internos. Sus ojos se trocaron vidriosos, denotando la nostalgia de querer cambiarlo todo y no ser capaz de cambiarse ni a sí mismo. Al final, emitiendo unos sonidos en un lenguaje ininteligible, ordenó a la fogata no parar de arroparnos con su luz de fuego mientras durmiésemos.

VI

La sexta noche no quise hablar con nadie. No estaba de ánimos. Seguí caminando.

VII

Por fin, el último día llegué a la Catarata de los Gritos Ahogados. Había caminado mucho y mis pies estaban arrugados y enmohecidos. Abriéndome paso a duras penas por la maleza selvática que crecía alrededor, luchaba desesperadamente por terminar, de una vez por todas, con la causa de mi viaje. Aún recuerdo cómo grité al quedarme atrapado por unas tramposas enredaderas, todo parecía estar en mi contra y, en una cuasi fútil rebeldía, me convulsioné hasta conseguir salir. Un rato más tarde, exhausto y casi sin aliento, alcancé mi meta. Arrastrándome bocabajo con delicadeza por la roca caliza y colocando mi cabeza sobre mis manos adelantadas, me coloqué en un saliente y, en ese instante, sentí la magia del lugar. Al principio, cerré los ojos y quise escuchar; escuchar los pájaros piando contentos, el ineludible romper del agua y el grito ahogado de los condenados que caían como peleles. Después, abrí la mirada y, ante mí, se hallaba un paraíso natural: el torrente fluvial era blanco pero, cuando se iniciaba la catarata y estaba suspensa en el aire, se volvía fugazmente de un extraño color índigo, hasta caer al siguiente tramo del río, donde adquiría cambiaba a un profundo e insondable negro. Toda una metáfora, pensé.

El paisaje me mantenía absorto, seducido por las combinaciones cromáticas y la dulce sinfonía de gritos. Cuando descansé lo suficiente, hice lo que tenía que hacer. Recordé todos los momentos con mi mujer e hijos y, permitiendo el brotar de lágrimas, esparcí sus cenizas por el mismo viento que me los quitó.

Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados

Fotografía: Yo en noviembre de 2009 en el Parque de las Estatuas de Budapest.

miércoles, 6 de abril de 2011

Estreno de "El abanico de Lady Windermere"

¡Y fue un éxito! Disculpad que haya tenido tan desatendido mi y vuestros blogs, pero ha sido mi primera vez dirigiendo una obra de teatro y el resultado no ha podido ser mejor. Hacer una obra más o menos seria, de Oscar Wilde, para un público que en su mayoría va a reírse y no a entender la obra, era arriesgado pero, con los retoques que hicimos y alguna que otra modificación surrealista, quedó brillante a nuestro parecer.

El Grupo A-Polo lo conforman colegialas del CMU Santa María del Estudiante y colegiales del CMU Jaime del Amo. Curioso fue el comienzo de nuestro recién dado a luz grupo, el mismo que cuando dos personas que han salido mal de una relación, se conocen, se gustan y se enamoran. Y las cosas no han podido salir mejor: ¡sentaremos la cabeza a partir de ahora! Hemos contado con exactamente un millón cuatrocientos cincuenta seis mil quinientos noventa y ocho problemas, reveses y contratiempos. Pero, sin embargo, ¡ESTAMOS MUY CONTENTOS! El ambiente respirado ha enjuagado los pulmones; el trabajo conjunto, gestado las sonrisas y, esta obra de teatro, ensanchado nuestro corazón. Por ello:

Gracias a todos.

PD: os dejo el tercer acto (a mi juicio, el mejor), en el que introdujimos una parte cantada adaptada (vídeo "parte 7") y donde se habla, más tarde, de la moralidad y la inmoralidad (vídeo "parte 8"). No tiene desperdicio. ¡Que lo disfrutéis!

El viaje íntimo de la locura