Poeta y basura

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“En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que solo espera que regrese la vida”.

viernes, 31 de diciembre de 2010

De instintos y destino

Instintos, corazonadas, impulsos, pálpitos y destino. La naturaleza del tiempo y sus agujas. Me lleva pasando toda la vida pero, percatándome de ello, hará un par de años. Con esta entrada pondré de manifiesto mi posición ante la pantanosa ciénaga por la que nuestros pies caminan.

Todos, en ciertas situaciones, desconociendo cómo, sentimos cómo algo dentro se desgarra empujándonos a una acción, exenta de razón alguna, desmotivada, pero nos sospechamos acertados. Ese impulso se convierte en un fuego arduamente vencible y, de repente, sucumbimos ante él. ¡Claro! ¿Por qué no? Personalmente, me encanta cerrar los ojos a una sociedad enferma por el materialismo y las formalidades y liberar al orangután que llevo dentro. Dar de espaldas a lo políticamente correcto, a traspasar las barreras de lo considerado anormal. Si quiero algo, lo hago. Si pienso algo, lo digo. Si siento la necesidad de eructar y peerme a los cuatro vientos, más a gusto que me quedo. Pero no sólo me refiero a ser como uno es ni al carácter humano. No. El punto importante es el por qué de la abrasadora fogata que nos pincha en el culete hasta hacer algo, carente de fundamento y argumento alguno. Pues, desde mi humilde parecer, estimo que si nos sentimos llamados a hacer algo es porque el destino (llamadlo férreo suceder, Dios, Buda, neandertalismo, conjurado acontecer, Cervantes o SGAE) así lo ha escrito. No somos más que líneas ya redactadas de un largo tratado llamado Humanidad. Resulta curioso que las cosas ocurran en determinados momentos. Demasiado curioso. Tanto, que no puede simplemente nacer de la curiosidad. Cuando me adentro en noches de humo, me divierto preguntando a desconocidos aparentemente superficiales “Oye tú, ¿casualidad o destino?”. Hablando de todo esto en el Bareto con el amigo Setas y Triple R, amamantamos la conclusión de que, estadísticamente, la probabilidad/posibilidad de que ocurran determinadas cosas es ínfima, tan desesperanzadora como que Zapatero dé buenas noticias. Estar ahí sentados ha sido un cúmulo de circunstancias, un, como yo lo llamo, baile de variables. Nuestras vidas están regidas por una suerte de inexactitudes que apenas logramos a concebir. Si aceptamos que la vida humana se rige por la razón, la posibilidad de vivir queda destruida. Un ejemplo: en primer lugar, somos hijos del orgasmo y, a ello, se le suman todas las variables que jugaron en la vida de nuestros progenitores; en segundo, para estar ahí hemos tenido que nacer en fechas cercanas, en decidir estudiar en Madrid, en ese Colegio Mayor, en pasar por novatadas para conocernos pero, sobre todo, en caernos bien y, tercero, millones de cosas como las acciones de antepasados lejanos, las guerras, los accidentes, las enfermedades, el dinero, el trabajo, los viajes, las experiencias, los gustos, las circunstancias de persona/tiempo/lugar y así millones de cosas que interceden hasta parir el producto: nosotros sentados en un bar barato. ¡Ah! Y que Antonio montase el Santa Elena cerquita de Ciudad Universitaria, por supuesto.

¿Por qué yo?
¿Por qué tú?
¿Por qué tú y yo ahora?
¿Por qué de repente cuesta tanto poder respirar?
Mareado, no ceso de dar vueltas en un cabaret lucífugo.

Decía Óscar Wilde en El retrato de Dorian Gray: “Porque el fin de la vida es el desarrollo personal para alcanzar plenamente la naturaleza de uno mismo. Para eso estamos aquí. Una persona debería vivir exteriormente su vida. Dar forma a todo sentimiento. Expresión a todo pensamiento. Realidad a todo sueño. Todo impulso que reprimimos anida en la mente envenenándonos. Sólo hay un modo de vencer la tentación: cediendo ante ella. Resístala y el alma enfermará con el ansia de las cosas que a sí misma se ha prohibido. No hay nada que pueda sanar el alma sino los sentidos. Del mismo modo que nada puede sanar los sentidos sino el alma”.


Efectivamente Señor Mayer, efectivamente.
*Recomendado para Igor, Steppenwolf y Leamsi

Nítsuga Sotso Anibor

(© Todos los derechos reservados)

martes, 21 de diciembre de 2010

Cabaret místico

Yo soy inmortal, sencillamente porque la muerte es sólo un concepto. Nada desaparece, todo cambia. Si acepto mis incesantes transformaciones, entro en la eternidad. Yo soy infinito porque mi cuerpo, mascarón de proa del universo, no termina en mi piel: se extiende sin límites. Yo lo sé todo porque no sólo soy mi intelecto sino también mi inconsciente, formado por la energía oscura que sostiene a los mundos, no soy sólo las diez células cerebrales que empleo cotidianamente, sino también los millones de neuronas que forman mi cerebro. Soy omnipotente cuando ceso de encerrarme como individuo y me identifico con la humanidad entera. Soy omnipresente porque, junto con todos los otros seres, formo parte de la unidad: lo que sucede, aunque sea en el lugar más lejano, me sucede. Soy increado porque antes de ser un organismo fui materia ígnea, antimateria, energía, vacuidad. Mi carne está formada por residuos de estrellas que tienen millones de años. Estoy en el cielo porque mi tierra es un navío que recorre un universo que a su vez recorre incontables otras dimensiones. Soy perfecto porque he domado mis egos haciendo que se unan a la perfección del cosmos. Yo soy todo porque soy al mismo tiempo yo y los otros.
Alejandro Jodorowski - Cabaret místico

sábado, 18 de diciembre de 2010

Solo el poeta puede hablar de poesía

Está ahí fuera: búscala.
Materialízala con palabras
hallando el mecanismo relojero
que se encuentra en lo más hondo de tu ser.

Yo veo poesía todos los días:
en calles, en metros, en prisas,
en amaneceres, en atardeceres, de noche,
en cielos claros y oscuros, en vientos iracundos o pacíficas brisas,
en amores y odios, en derrotas y esperanzas,
en pobreza, frío y sonrisas,
en humos, en claxons de coches.

Está ahí: cógela.
Tan efímero es el instante
que si a fuego no lo grabas
errante volará hasta otro poeta infeliz
(quién sospecha cuántos años pasarán
hasta que la imagen de la que se es testigo
sea pintada a besos en versos otros).

Con asombrosa celeridad transcurre
el mágico momento
en el que el uno se siente llamado a escribir.
Nítsuga Sotso Anibor

(© Todos los derechos reservados)

jueves, 9 de diciembre de 2010

El expreso de medianoche

Es curioso cómo un poeta puede llegar a cogerle cariño a escritos que, aunque para otros puedan resultar indiferentes, si han sido arracandos del pecho en determinadas situaciones acaban encerrando un encanto que los hace únicos. Pues bien, los versos que a continuación comparto los escribí la noche del miércoles 10 de noviembre en un tren nocturno de la antigua U.R.S.S. procedente de San Petersburgo con destino a Moscú. Fue una situación muy extraña pero una buena experiencia porque me sentí abrazado en la Madre Rusia y sonreído por el destino. No lo digo gratuitamente: esa noche hubo partido entre el Dínamo moscovita y el Zenit local y la estación se encontraba plagada de enaltecidos hooligans por doquier (es preciso señalar que un español medio morenito, a sus ojos, es un caucásico en toda regla Y LOS ODIAN). Pues bien, había una chica rusa que no paraba de mirarme y me hacía sentir bastante incómodo y he aquí la historia. Si consigo que, al leer, imágenes situacionales se precipiten contra vuestra imaginación, habré logrado mi objetivo.

Bebe té y me mira.

La ciudad a lo lejos y,
en medio de la oscuridad,
da forma a los marchitos campos
el agónico rechinar del ferrocarril
que a las gélidas vías mastica.

Bebe té y me mira. Dubitativa.

Más que lo rancio de las sábanas
es por mi piel canela recelo lo que huelo.
Afuera: la vida. Cruel. Compañera. Impía.
Retumban en mis oídos los gritos de la tierra estriada:
gime y llora, moribunda.

Bebe té y me mira.
Humedece sus labios y el mío rostro escruta.

El expreso se abre paso
por los predios expropiados de algún bolchevique quejica
que sin estepas se ha quedado.

A repensados sorbos, bebe té y me mira.

El tren atraviesa sombras que se ciernen
sobre un todo insondable e infinito,
acuchillando fielmente como acostumbra
la negrura impuesta por un sol maldito.

Bebe té y me mira, inquieta.

Cae el silencio y el ronquido de los gordos
hacen que en las penumbras del vagón
las tenues luces titilen.

Bebe té y me mira, sin pausa.

En las ventanas, macabro sonríe el frío,
consciente de que el día que como él estemos se ha escrito ya.
Pues no se ven estrellas, mamá:
un ejército de nubes las flanquea.

Termina su té y pregunta:
- ¿Eres español?
- ¿Yo? Oriundo de Llerena.
Nítsuga Sotso Anibor

(© Todos los derechos reservados)

martes, 7 de diciembre de 2010

Nüremberg: ¿vencedores o vencidos?

El juicio de Nüremberg: ¿vencedores o vencidos? Volviendo en el avión, tras un gélido fin de semana en Hamburgo, vi este filme de 1961 dirigido por Stanley Kramer y protagonizada por Spencer Tracy. Señores: tres horas de película que dan qué pensar. Sí, sí, ya sé que estaréis pensando que vaya tostón pero, sin embargo, el autor nos mantiene en vilo con un guión brillante, exento y carente de términos jurídicos en demasía, pues eso conllevaría a la confusión del que los desconoce. En mi humilde opinión de cinéfilo empedernido, refleja muy bien los años posteriores al fin de la guerra, cuando aún quedan cuentas pendientes. Tras el suicidio o muerte de los máximos dirigentes, quedan jueces, doctores y muchos más por pasar a manos de la justicia. En este caso, son cuatro magistrados los que se enfrentan a la siempre e incondicional ciega de báscula en mano. Mediante los candentes diálogos entre la defensa y la acusación, el espectador se concibe a sí mismo como público de la vista oral, surgiendo en su cabeza contradicciones debidas a los argumentos que arguyen cada uno: ¿actuaban en sus decisiones por obligación o sádicamente formaron parte del holocausto? ¿Estaban sus actos justificados o eran conocedores de las consecuencias de sus sentencias y lo que en los campos de exterminio ocurría? Resulta sorprendente cómo el director consigue plantear dudas según desde el punto de vista que se mire.
Nítsuga Sotso Anibor

jueves, 2 de diciembre de 2010

Papel secante

Y volvemos a las andadas. Hacía tiempo que no publicaba nada acerca de mi grupo favorito: Extremoduro. Y, de repente, estudiando un examen de Hacienda Pública a las 6 de la mañana se me vino esta canción a la cabeza. No solo me trae muy buenos recuerdos sino que también es una pieza curiosa. Al principio, se adentra en un halo de misterio, pasando más tarde al rock del bueno para luego terminar con, a mi parecer, un dulce final. Es lo que me gusta tanto de las letras de Robe, que pueden parecer simples pero entrañan más significado del que a priori se pueda escrutar. En mi opinión, no hay nada más maestro como llevar al lector a un sitio muy hondo con pocas palabras, es decir, es como ser arrastrado hasta el fondo del mar con una piedrecita atada al pantalón. Guten Apetit.

Atraviesa ya
la cortina gris;
deja de pensar,
nunca estás aquí.

Encuéntrame al salir de tus juegos de azar,
empiézate a reír y dame de fumar;
y en mi corazón no busques nunca una razón:
sólo sé vivir siempre fuera de control.

Y acompáñame si quieres hacer que me sienta bien
y ponte del revés si quieres hacer que te sienta bien.

Me sube y me siento encima de las nubes,
me cuentan que tienen ganas de tormenta,
qué importa si las noches se nos hacen cortas,
me mira y hasta las palabras se me olvidan.

Y cuando sale, el Sol empieza a bailar;
y cuando ríe, el mundo entero me da igual.

Y al despertar se acabó la primavera,
y al día siguiente la cabeza no deja de girar.
Repetiremos un sábado cualquiera,
nos hablarán las estrellas en cualquier lugar.
Roberto Iniesta

El viaje íntimo de la locura