Instintos, corazonadas, impulsos, pálpitos y destino. La naturaleza del tiempo y sus agujas. Me lleva pasando toda la vida pero, percatándome de ello, hará un par de años. Con esta entrada pondré de manifiesto mi posición ante la pantanosa ciénaga por la que nuestros pies caminan.
Todos, en ciertas situaciones, desconociendo cómo, sentimos cómo algo dentro se desgarra empujándonos a una acción, exenta de razón alguna, desmotivada, pero nos sospechamos acertados. Ese impulso se convierte en un fuego arduamente vencible y, de repente, sucumbimos ante él. ¡Claro! ¿Por qué no? Personalmente, me encanta cerrar los ojos a una sociedad enferma por el materialismo y las formalidades y liberar al orangután que llevo dentro. Dar de espaldas a lo políticamente correcto, a traspasar las barreras de lo considerado anormal. Si quiero algo, lo hago. Si pienso algo, lo digo. Si siento la necesidad de eructar y peerme a los cuatro vientos, más a gusto que me quedo. Pero no sólo me refiero a ser como uno es ni al carácter humano. No. El punto importante es el por qué de la abrasadora fogata que nos pincha en el culete hasta hacer algo, carente de fundamento y argumento alguno. Pues, desde mi humilde parecer, estimo que si nos sentimos llamados a hacer algo es porque el destino (llamadlo férreo suceder, Dios, Buda, neandertalismo, conjurado acontecer, Cervantes o SGAE) así lo ha escrito. No somos más que líneas ya redactadas de un largo tratado llamado Humanidad. Resulta curioso que las cosas ocurran en determinados momentos. Demasiado curioso. Tanto, que no puede simplemente nacer de la curiosidad. Cuando me adentro en noches de humo, me divierto preguntando a desconocidos aparentemente superficiales “Oye tú, ¿casualidad o destino?”. Hablando de todo esto en el Bareto con el amigo Setas y Triple R, amamantamos la conclusión de que, estadísticamente, la probabilidad/posibilidad de que ocurran determinadas cosas es ínfima, tan desesperanzadora como que Zapatero dé buenas noticias. Estar ahí sentados ha sido un cúmulo de circunstancias, un, como yo lo llamo, baile de variables. Nuestras vidas están regidas por una suerte de inexactitudes que apenas logramos a concebir. Si aceptamos que la vida humana se rige por la razón, la posibilidad de vivir queda destruida. Un ejemplo: en primer lugar, somos hijos del orgasmo y, a ello, se le suman todas las variables que jugaron en la vida de nuestros progenitores; en segundo, para estar ahí hemos tenido que nacer en fechas cercanas, en decidir estudiar en Madrid, en ese Colegio Mayor, en pasar por novatadas para conocernos pero, sobre todo, en caernos bien y, tercero, millones de cosas como las acciones de antepasados lejanos, las guerras, los accidentes, las enfermedades, el dinero, el trabajo, los viajes, las experiencias, los gustos, las circunstancias de persona/tiempo/lugar y así millones de cosas que interceden hasta parir el producto: nosotros sentados en un bar barato. ¡Ah! Y que Antonio montase el Santa Elena cerquita de Ciudad Universitaria, por supuesto.
¿Por qué yo?
¿Por qué tú?
¿Por qué tú y yo ahora?
¿Por qué de repente cuesta tanto poder respirar?
Mareado, no ceso de dar vueltas en un cabaret lucífugo.
Decía Óscar Wilde en El retrato de Dorian Gray: “Porque el fin de la vida es el desarrollo personal para alcanzar plenamente la naturaleza de uno mismo. Para eso estamos aquí. Una persona debería vivir exteriormente su vida. Dar forma a todo sentimiento. Expresión a todo pensamiento. Realidad a todo sueño. Todo impulso que reprimimos anida en la mente envenenándonos. Sólo hay un modo de vencer la tentación: cediendo ante ella. Resístala y el alma enfermará con el ansia de las cosas que a sí misma se ha prohibido. No hay nada que pueda sanar el alma sino los sentidos. Del mismo modo que nada puede sanar los sentidos sino el alma”.
Efectivamente Señor Mayer, efectivamente.
Todos, en ciertas situaciones, desconociendo cómo, sentimos cómo algo dentro se desgarra empujándonos a una acción, exenta de razón alguna, desmotivada, pero nos sospechamos acertados. Ese impulso se convierte en un fuego arduamente vencible y, de repente, sucumbimos ante él. ¡Claro! ¿Por qué no? Personalmente, me encanta cerrar los ojos a una sociedad enferma por el materialismo y las formalidades y liberar al orangután que llevo dentro. Dar de espaldas a lo políticamente correcto, a traspasar las barreras de lo considerado anormal. Si quiero algo, lo hago. Si pienso algo, lo digo. Si siento la necesidad de eructar y peerme a los cuatro vientos, más a gusto que me quedo. Pero no sólo me refiero a ser como uno es ni al carácter humano. No. El punto importante es el por qué de la abrasadora fogata que nos pincha en el culete hasta hacer algo, carente de fundamento y argumento alguno. Pues, desde mi humilde parecer, estimo que si nos sentimos llamados a hacer algo es porque el destino (llamadlo férreo suceder, Dios, Buda, neandertalismo, conjurado acontecer, Cervantes o SGAE) así lo ha escrito. No somos más que líneas ya redactadas de un largo tratado llamado Humanidad. Resulta curioso que las cosas ocurran en determinados momentos. Demasiado curioso. Tanto, que no puede simplemente nacer de la curiosidad. Cuando me adentro en noches de humo, me divierto preguntando a desconocidos aparentemente superficiales “Oye tú, ¿casualidad o destino?”. Hablando de todo esto en el Bareto con el amigo Setas y Triple R, amamantamos la conclusión de que, estadísticamente, la probabilidad/posibilidad de que ocurran determinadas cosas es ínfima, tan desesperanzadora como que Zapatero dé buenas noticias. Estar ahí sentados ha sido un cúmulo de circunstancias, un, como yo lo llamo, baile de variables. Nuestras vidas están regidas por una suerte de inexactitudes que apenas logramos a concebir. Si aceptamos que la vida humana se rige por la razón, la posibilidad de vivir queda destruida. Un ejemplo: en primer lugar, somos hijos del orgasmo y, a ello, se le suman todas las variables que jugaron en la vida de nuestros progenitores; en segundo, para estar ahí hemos tenido que nacer en fechas cercanas, en decidir estudiar en Madrid, en ese Colegio Mayor, en pasar por novatadas para conocernos pero, sobre todo, en caernos bien y, tercero, millones de cosas como las acciones de antepasados lejanos, las guerras, los accidentes, las enfermedades, el dinero, el trabajo, los viajes, las experiencias, los gustos, las circunstancias de persona/tiempo/lugar y así millones de cosas que interceden hasta parir el producto: nosotros sentados en un bar barato. ¡Ah! Y que Antonio montase el Santa Elena cerquita de Ciudad Universitaria, por supuesto.
¿Por qué yo?
¿Por qué tú?
¿Por qué tú y yo ahora?
¿Por qué de repente cuesta tanto poder respirar?
Mareado, no ceso de dar vueltas en un cabaret lucífugo.
Decía Óscar Wilde en El retrato de Dorian Gray: “Porque el fin de la vida es el desarrollo personal para alcanzar plenamente la naturaleza de uno mismo. Para eso estamos aquí. Una persona debería vivir exteriormente su vida. Dar forma a todo sentimiento. Expresión a todo pensamiento. Realidad a todo sueño. Todo impulso que reprimimos anida en la mente envenenándonos. Sólo hay un modo de vencer la tentación: cediendo ante ella. Resístala y el alma enfermará con el ansia de las cosas que a sí misma se ha prohibido. No hay nada que pueda sanar el alma sino los sentidos. Del mismo modo que nada puede sanar los sentidos sino el alma”.
Efectivamente Señor Mayer, efectivamente.
*Recomendado para Igor, Steppenwolf y Leamsi
Nítsuga Sotso Anibor
(© Todos los derechos reservados)
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Grandísimo y grandioso regalo de navidad amigo Agustín!!
ResponderEliminar"el balie de las variables" me hizo llegar hasta aquí y creo que de aquí ya no me hechas ni con agua caliente!!!!
PD: ¿te ha dicho alguna vez que escribes como dios? Si es que dios existe claro?¿?¿?!!!!jajajjaaj
un fuerte abrazo para 2011 y cuidado con las uvas, nos vemos después de la resaca!!!
Uueé! Gracias por acordarte de mí y de mi pequeño férreo suceder. Yo, lo lamento por contradecirte, soy casualidad. Pura suma de azares y poco más.
ResponderEliminarSobre el nacimiento: toda la razón. ¿Por qué aquí y no en Linares? Por eso me cuesta tanto odiar a los otros.
Ah, Wilde. Mira que le tuve manía durante años: afectado, rimbombante, pretencioso. Hasta que leí aquel libro de poesía suyo, que escribió en prisión. Y casi lloro. La Balada de la Cárcel de Reading.
Buena entrada en lo desconocido. Quién sabe. El 2011 está aún por desabrochar, descubrir y explorar.
Un abrazo muy fuerte.
Jeje muchísimas gracias leamsi, me alegro de que te haya gustado y gracias por tu generoso cumplido pero creo que has empleado la figura literaria de la hipérbole porque Dios inspiró la Biblia y ésta está mejor escrita. Uy! Aliteración jajaja.
ResponderEliminarDiscrepar lo encuentro interesante, pero sabio argumentar!! Mis ojos todos ojos son ante una (por pedir) posible entrada en tu blog sobre la casualidad.
ResponderEliminarSabía que estuvo en la cárcel por su homosexualidad pero desconocía tal libro (pecado, pues este año dirijo una obra suya de teatro). ¡A jierro con ello! San Google me ayudará. Un abrazo
Tema éste que hoy nos acercas que me hace pasar horas inmersa entre dudas que amenazan con no hallar solución convincente.
ResponderEliminarY es que existen ¿casualidades? que de ser así pueden llegar a producir incluso pánico.
Comenzaré el 2011 dándole más y más vueltas a este destino casual que se nos escapa de todo lógico e ilógico pensamiento...
Besos!