“En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que solo espera que regrese la vida”.
Y volvemos a las andadas. Hacía tiempo que no publicaba nada acerca de mi grupo favorito: Extremoduro. Y, de repente, estudiando un examen de Hacienda Pública a las 6 de la mañana se me vino esta canción a la cabeza. No solo me trae muy buenos recuerdos sino que también es una pieza curiosa. Al principio, se adentra en un halo de misterio, pasando más tarde al rock del bueno para luego terminar con, a mi parecer, un dulce final. Es lo que me gusta tanto de las letras de Robe, que pueden parecer simples pero entrañan más significado del que a priori se pueda escrutar. En mi opinión, no hay nada más maestro como llevar al lector a un sitio muy hondo con pocas palabras, es decir, es como ser arrastrado hasta el fondo del mar con una piedrecita atada al pantalón. Guten Apetit.
Atraviesa ya
la cortina gris;
deja de pensar,
nunca estás aquí.
Encuéntrame al salir de tus juegos de azar,
empiézate a reír y dame de fumar;
y en mi corazón no busques nunca una razón:
sólo sé vivir siempre fuera de control.
Y acompáñame si quieres hacer que me sienta bien
y ponte del revés si quieres hacer que te sienta bien.
Me sube y me siento encima de las nubes,
me cuentan que tienen ganas de tormenta,
qué importa si las noches se nos hacen cortas,
me mira y hasta las palabras se me olvidan.
Y cuando sale, el Sol empieza a bailar;
y cuando ríe, el mundo entero me da igual.
Y al despertar se acabó la primavera,
y al día siguiente la cabeza no deja de girar.
Repetiremos un sábado cualquiera,
nos hablarán las estrellas en cualquier lugar.
Al Sol le gustaría detenerse un momento, incluso retroceder, pues no ve bien con tantos árboles. Pero no se atreve; se notaría demasiado. La gente vería dudar a la sombra, y eso no ha ocurrido nunca antes. Todo el mundo confía en que la sombra siga su camino pase lo que pase. Demasiada responsabilidad para el Sol.
He aprendido, de estar solo, a llorar sin molestar,
y a cagarme en los calzones y a dudar.
La verdad sólo tiene un sentío, no me obligues a engañar;
si te crees todas mis mentiras, ¡qué vacío debes estar!
Morir sólo una vez va a ser poco para mí.
El diablo me ha cogido miedo y no me deja entrar.
Desafiar la perspectiva del fracaso a la que estamos condenados.
Me estoy reformando: te miro, me hincho,
me tiro a los cactus desnudo pero no me pincho.
Me estoy reformando todas las mañanas
y, ahora, hago siempre todo lo que me da la gana.
Y saborear, si tú le das, todo tiene sentido.
Y, al despertar, te voy a contar cositas al oído.
Por volver como eres; por volver como somos,
por la inmensa sonrisa de tus cansados ojos,
por volver donde alguien te quiere sin que vuelvas,
por poner a los míos con un poco más de luz.
Cuando su mirada se ha cruzado con la mía,
saltó sólo una chispa y, prendieron tantos fuegos,
que se fue la luz del día; arrasamos los bosques;
también vi como ardían los nidos en los postes.
Me voy a recortar en punta las orejas y
me voy a echar al monte a aullar entre la maleza.
Volver: no dudaría; ahora soy yonqui a mi manera.
Ya no quiero tu amnistía: puedo morir donde quiera.
Salto montañas; no paro ni a mirar patrás.
Quítame el precio y la fecha de caducidad.
Yo ya no me escondo. Ya no me tengo que agarrar
como vosotros: presos de lo convencional.
Cada mañana me tiro de la cama buscando una razón.
Muy despacito, me pongo los calzoncillitos y estoy mucho mejor.
¡Qué pena no estuvieras para ver el cuerpo que me dio Dios!
Busco colillas, me saco las albondiguillas... ¡otro ataque de tos!
No recuerdo nada... ¡Hostia, anoche, qué pasada! Aquello no era yo.
¡Qué pena no estuvieras para ver la marcha que me dio Dios!
Y ya nunca más volverán mis ojos a ver tus ojos y tu mata de pelo.
Y allí, desde lo lejos, van llegando los viejos recuerdos en ráfagas lentas de viento.
Y ya nunca más volverán mis ojos a ser tus ojos y mi mente un vertedero. Y allí, desde lo lejos, van llegando los viejos recuerdos tan royéndome por dentro.
Daría un río de mi sangre si quisiérais ejércitos enteros claudicar.
Hay guerra en todas las partes. Yo sólo pienso en tocarte.
La vida desperdiciada. Tanta lefa para nada.
Me acuesto de día, cuando llega la luz, y tengo claro que no quiero ser como tú.
Ni me olvido, ni me acuerdo. No he dormido y tengo hambre.
¡Ten cuidado, no me toques, no te vaya a dar calambre!
El cerezo ya se ha despertado. Ya había renunciado a todo; se sentía demasiado viejo para nada y se había preparado para el final. Se había resignado a no volverla a ver, pero abrió los ojos y allí estaba ella: la vida; caprichosa, sin dar explicaciones, como ella siempre ha sido. Se ha presentado con más ganas que nunca, y el reencuentro ha sido el más apasionado y exuberante que hayan tenido jamás. El cerezo entero es una fiesta de flores blancas. Ocurre cada primavera.
Las calles desbordadas de soledad
musitan su canción de asfalto y humedad.
La lluvia de gentes cesó a las doce
y los escaparates, a oscuras, consumen la noche.
La calle, helada, no deja de gemir.
Susurra, me grita y me aleja más de ti.
Através del cristal de mis gafas no entiendo ¿qué coño tienes dentro?
¿Y a quién agobias tú?
Mi cerebro es asfalto; mi rostro, cemento.
Las palabras forman grilletes de brillante hielo.
Suda mi piel y lubrifica mis malos pensamientos.
Ya no puedo caminar recto desde hace tiempo.
Hoy, esta mañana, una mañana que podría haber sido como cualquier otra, ha preferido, sin embargo, ser una mañana única y no parecerse a ninguna; y lo ha conseguido, porque esta mañana don Severino ha regresado de donde estaba: de la locura. Ha vuelto así, sin más, como el que vuelve del supermercado: tranquilo porque ahora tiene todo lo necesario, y sabiendo que, si ha sido capaz de regresar, ya no habrá nada que perturbe su calma ni nada que le atemorice ni le detenga. Ha colocado cuidadosamente, en los estantes de su alma, las nuevas provisiones con las que a partir de ahora alimentará su espíritu y ha sabido, desde este momento, que ya nunca sufrirá ninguna carencia. Y como un millonario que posee más dinero del que nunca podrá gastar, ha decidido dedicar el tiempo a derrochar su flamante fortuna.
Un domingo de mayo, al nacer el día y el Sol buscar la casa de don Severino, no la encontró donde siempre había estado. Ya no se sienta en el suelo. Se alzó entre nubes, pero ni el Sol lo sabe; por eso no la encuentra ni la baña. Buscó los árboles y buscó el jardín y, al no verlos en su sitio, el Sol, de pronto, comprendió que la casa se había llenado de despropósitos y que habían desfilado por ella muchas otras palabras que empiezan por des. Entraron desamparo y desasosiego, desfigurar y destierro, desgravitar y desapego; y, al entrar estas dos últimas, se desarraigó del suelo, se despertó el terreno y despegó con los árboles, la casa y el jardín, y, todo junto como un bloque, se desasió de su asidero.
Pasa la nube inmensa; toda suya... todo suyo.
Huracanes de vientos; lluvia andante semiparalela
y en todo el monte funerales alegres, naturales, de hojas muertas.
a
Y yo no he muerto.
a
Me alegro de la lluvia y me alegro del viento.
Si tengo frío, me caliento;
si tengo miedo, (¡que no lo tengo!), susurro y pienso.
Y para mañana ya me he comido mi pequeña ración de esperanza