Poeta y basura

a

“En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que solo espera que regrese la vida”.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Arden favelas

Arden por Río favelas
que cabalgan lomas y laderas ignorantes de justicia.
Desde abajo se alzan magnánimas, voluptuosas: reinas de montañas.

Amedrantan en silencio al que a ellas no pertenece;
combaten fielmente súbditos que la habitan.
- Preparaos, ¡ya vienen!

Ordenan los narcos a sus narcóticas huestes.
Hasta los dientes, estos artistas con agujeritos decoran paredes,
dejando huella ellos: huracanes, tropas de élite.

¿Quién llamó al B.O.P.E.?
Esos no se andan con chiquitas.
Bandido yo; bandido tú. No se aprecian diferencias.

Guerra de guerrillas
en que sin trincheras se lucha pero que con cuerpo a tierra echado
desde techos se camuflan.
Familias enteras que paupérrimas se tronchan;
miedo propagado dentro de armarios cuentan la realidad.

- Mamá, que esto acabe quiero.

¿Y ese olor a putrefacto?
Son los muertos de Vila Cruzeiro.
Nítsuga Sotso Anibor

domingo, 28 de noviembre de 2010

La soledad

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

Pedro de Miguel

viernes, 19 de noviembre de 2010

¿Es nuestra realidad la verdadera?

A colación con el tema expuesto ayer en clase y tras reparar seriamente en ello, he alcanzado la conclusión de que cualquier mortal con un ápice de inquietud existencialista no se habrá quedado indiferente ante la caja de pandora que destapamos. El pensamiento posmodernista desasosiega el sosiego: la realidad existe pero no la conocemos, siendo matizada por nuestra mente; sabemos que esto es así y aquello asá porque nos lo han dicho; vivimos sobre construcciones previas, un entramado de imposibles ecuaciones matemáticas que conforman el mundo tal y como lo percibimos. Quizá sea ésta una de las razones que dotan de estabilidad a la sociedad pero, ¿acaso no representa un férreo límite a la libre expansión de los instintos, de la imaginación, del espíritu? Sin embargo, tras repasar las afiladas máximas de esta corriente, la inseguridad en la que se ve inmerso el individuo es de tal magnitud que, al menos a un servidor, levanta dolor de cabeza. Nos hallamos en la más pantanosa de las ciénagas y, al menor descuido, podríamos vernos con barro hasta al cuello. Los que interpretan la realidad a su manera suelen ser tachados de locos mas, ¿cómo tan seguros nosotros de que es la nuestra la verdadera? ¿En qué momento prestamos consentimiento tácito, que luego nos conduce a la aceptación de ella y negación de las demás? ¡Neo, sálvanos!

Todo tiene cabida dentro del Postmodernismo, demasiada cabida, y, por ello, pregunto al aire, ¿qué pensáis vosotros?

Para finalizar, entre Radiohead y el tema tratado, las musas fueron arrastradas a mi madriguera, donde vomité los siguientes versos que a continuación comparto:

He muerto tantas veces
que los charcos se embeben de mi sombra los vestigios.

He creído vivir tantas veces
que de ilusión agonicé.

He crecido creyendo realidades con reglas ya dictadas.
He reído reconfigurándolas como un hidalgo en campos de la Mancha.

He sabido que la razón está desprestigiada,
que las verdades absolutas ya no andan por aquí.

Tantas veces he oído historias increíbles sobre lo que un día creí,
que ahora creo ser un creyente seguro de nada.
Nítsuga Sotso Anibor

martes, 16 de noviembre de 2010

San Petersburgo

English versión

To Elizaveta Ivanova

Being rocked by Neva’ stream
that, from below, the North Venice showed me;

wrecking on Vasilevsky Island
and, lost, waking up with the perpetual fire heat
of the second Rostral column
that the drops of my wet clothes extinguished;

stepping on the marshy swamp where, proud, Peter the Great walked;

wandering aimlessly through insurgents palaces which, by the hand of men,
like sleepwalkers have been erected;

breathing the same air that the angry Pushkin retained
when he fought a duel;

feeling the indifference to life and death inside of me ripping up
watching malformed fetuses -ignorant of the punishment-
diving in formalin in the Kunstkammer;

dreaming with the slides, whirlpools and colors of the Spilled Blood Church
in which turrets I would get down with gnawing sheets;

fleeing, by instinct, the hundreds of dragons that, with breath gaseous nebulae,
challenge the tears, the cold, the wind;

taking notice of the cruelty of winter erosion
who, puffing on ferrous locks, froze the Love;

sailing in the raging wrinkles of the old woman who, in the Ulitsa Labutina,

patient, never complained of scrutinizing
heaven after heaven waiting suns that, unfortunately, did not ever arrive;

smelling the street beggar number forty-six that around the Nevsky Prospekt
drags along all his misery:
exchanging lean faces,
enrolling in his cracked palms,
running through the ideas that he gave me,
jumping in his gray hair and entangling in his beard,
going with him, although he did not know, a road stretch and listening and learning and reveling stories about what he on the streets had lived;

bumping against Gogol's nose that, chill, in the Hermitage has hidden
behind the Madonna Litta of the Florentine master;

imagining me Tsar;

realizing in this, in that and in those,
evaporating I fainted when I understood that the City will never be mine.

 



Versión española

A Elivazeta Ivanova

Al ser mecido por la corriente del Neva
que, desde abajo, la Venecia del norte me enseñó;

al en la Isla Vasilevski naufragar
y perdido despertarme al calor del perpetuo fuego
de la segunda Columna Rostral
que las gotas de mis mojadas ropas extinguieron;

al pisar las pantanosas ciénagas por donde orgulloso paseaba Pedro el Grande;

al errar sin rumbo a través de insurgentes palacios que, por la mano del hombre,
sonámbulos se han erigido;

al respirar el mismo aire que el iracundo Pushkin retuvo
cuando en duelo se batió;

al sentir cómo la indiferencia hacia vida o muerte dentro de mí se desgarraba
contemplando malformados fetos -ignorantes del castigo-
buceando en formol en el Kunstkammer;

al soñar por los toboganes, torbellinos y colores
de la Iglesia de la Sangre Derramada,
por cuyas torretas querría descolgarme con roídas sábanas;

al huir por instinto de los cientos de dragones
que con nebulosas de gaseiforme aliento
desafían al llanto, al frío, al viento;

al percatarme de la erosiva crueldad del invierno,
que, resoplando sobre candados férreos, amores congeló;

al surcar por las embravecidas arrugas de la vieja que en la Ulitsa Labutina
nunca se quejó de paciente escrutar
cielos tras cielos aguardando soles que infelizmente no llegaron;

al oler al ambulante mendigo número cuarenta y seis
que por todo el Nevskiy Prospekt su miseria arrastra:
al intercambiar enjutos rostros,
al enrolarme en sus agrietadas palmas,
al pulular por las ideas que me mostró,
al saltar por sus canas y enredarme entre su poblada barba,
al, aunque él no lo sepa, acompañarle un trecho del camino y escuchar y aprender y
deleitarme con historietas sobre lo que en las calles ha vivido;

al toparme con la nariz de Gogol que, resfriada, en el Ermitage se ha escondido
tras la Madonna Litta del maestro florentino;

al imaginarme zar;

al reparar en esto, eso y aquello,
evaporándome me desvanecí al comprender que la ciudad jamás será mía.

Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados

sábado, 6 de noviembre de 2010

De John Doe y sus reyertas con la lluvia (microcuento)

John Doe caminaba sin norte en una dura madrugada de cualquier primavera en extravío. Cabizbajo, miraba el mecanizado movimiento de sus pies. John, silente. Ellos se movían porque querían; el destino era lo de menos. De repente, el tormento contra el que luchaba se exteriorizó: gritó, maldijo, pateó y sacó su más profundo ánimo asesino.

El cielo apagado le castigó con lluvia. Incesante lluvia. John, abrasándose por dentro y mojado por fuera, arruga la mirada, ahora enjuta, desafiando a las miles de gotas en hileras que contra el vacío (su vacío) se precipitan:

- Algún día me lo pagaréis, ¡malditas! – amenazó alzando el puño prieto.
a
¿Cómo podían ser tan crueles? Azotar sin compasión rostros de inocentes y culpables, sin distinción alguna.
Nítsuga Sotso Anibor - Microcuento 2

viernes, 5 de noviembre de 2010

Salud, Mariposa

Salud, Mariposa. El bosque es demasiado oscuro y profundo; pero tengo promesas que cumplir y mucho que viajar antes de poder dormir. ¿Me oíste, Mariposa? Mucho que viajar antes de poder dormir.

Versión original (gracias a Igor):

The woods are lovely, dark and deep,
but I have promises to keep,
And miles to go before I sleep,
and miles to go before I sleep.
Death Proof/Robert Frost

lunes, 1 de noviembre de 2010

Ígnea (microcuento)

Aquella noche en la que el cielo tenía cara de conejo, Ígnea, llama de la tercera hoguera del Bosque Esperpento, valsaba en el baile de la muestra de talentos. La desosegada brisa, resoplaba; los expectantes y vetustos robles, al acecho crujían; la oscuridad cernida sobre los fulgurantes danzarines hacía de esta velada un auténtico espectáculo al que chispas, centellas, amperios, rayitos e incluso intrépidas brasas, asistían. Todos juntos, formando corro, se deleitaban con los ondulados movimientos de Ígnea, cuya composición cromática amarillo-cian era causa de envidias ajenas. Ella sabía hacer crepitar a la madera como nadie, quemar con dulzura, reflejarse en obnubiladas pupilas y reavivar las ascuas de cualquier fogata moribunda. Y, de repente, cuando al son de la lumbre la llama dibujaba vaivenes imposibles, un goterón cayó impío sobre ella, apagándola, extinguiéndola; y sus restos, grisáceo humillo, se esparcieron sin voluntad por la lobreguez de las espesuras.

Más tarde, se supo que Candela, chiribita desertora, la había traicionado entregándola a las nubes.
Nítsuga Sotso Anibor - Ígnea (Microcuento 1)

El viaje íntimo de la locura