English versión
To Elizaveta Ivanova
Being rocked by Neva’ stream
that, from below, the North Venice showed me;
wrecking on Vasilevsky Island
and, lost, waking up with the perpetual fire heat
of the second Rostral column
that the drops of my wet clothes extinguished;
stepping on the marshy swamp where, proud, Peter the Great walked;
wandering aimlessly through insurgents palaces which, by the hand of men,
like sleepwalkers have been erected;
breathing the same air that the angry Pushkin retained
when he fought a duel;
feeling the indifference to life and death inside of me ripping up
watching malformed fetuses -ignorant of the punishment-
diving in formalin in the Kunstkammer;
dreaming with the slides, whirlpools and colors of the Spilled Blood Church
in which turrets I would get down with gnawing sheets;
fleeing, by instinct, the hundreds of dragons that, with breath gaseous nebulae,
challenge the tears, the cold, the wind;
taking notice of the cruelty of winter erosion
who, puffing on ferrous locks, froze the Love;
sailing in the raging wrinkles of the old woman who, in the Ulitsa Labutina,
patient, never complained of scrutinizing
heaven after heaven waiting suns that, unfortunately, did not ever arrive;
smelling the street beggar number forty-six that around the Nevsky Prospekt
drags along all his misery:
exchanging lean faces,
enrolling in his cracked palms,
running through the ideas that he gave me,
jumping in his gray hair and entangling in his beard,
going with him, although he did not know, a road stretch and listening and learning and reveling stories about what he on the streets had lived;
bumping against Gogol's nose that, chill, in the Hermitage has hidden
behind the Madonna Litta of the Florentine master;
imagining me Tsar;
realizing in this, in that and in those,
evaporating I fainted when I understood that the City will never be mine.
that, from below, the North Venice showed me;
wrecking on Vasilevsky Island
and, lost, waking up with the perpetual fire heat
of the second Rostral column
that the drops of my wet clothes extinguished;
stepping on the marshy swamp where, proud, Peter the Great walked;
wandering aimlessly through insurgents palaces which, by the hand of men,
like sleepwalkers have been erected;
breathing the same air that the angry Pushkin retained
when he fought a duel;
feeling the indifference to life and death inside of me ripping up
watching malformed fetuses -ignorant of the punishment-
diving in formalin in the Kunstkammer;
dreaming with the slides, whirlpools and colors of the Spilled Blood Church
in which turrets I would get down with gnawing sheets;
fleeing, by instinct, the hundreds of dragons that, with breath gaseous nebulae,
challenge the tears, the cold, the wind;
taking notice of the cruelty of winter erosion
who, puffing on ferrous locks, froze the Love;
sailing in the raging wrinkles of the old woman who, in the Ulitsa Labutina,
patient, never complained of scrutinizing
heaven after heaven waiting suns that, unfortunately, did not ever arrive;
smelling the street beggar number forty-six that around the Nevsky Prospekt
drags along all his misery:
exchanging lean faces,
enrolling in his cracked palms,
running through the ideas that he gave me,
jumping in his gray hair and entangling in his beard,
going with him, although he did not know, a road stretch and listening and learning and reveling stories about what he on the streets had lived;
bumping against Gogol's nose that, chill, in the Hermitage has hidden
behind the Madonna Litta of the Florentine master;
imagining me Tsar;
realizing in this, in that and in those,
evaporating I fainted when I understood that the City will never be mine.
Versión española
A Elivazeta Ivanova
Al ser mecido por la corriente del Neva
que, desde abajo, la Venecia del norte me enseñó;
que, desde abajo, la Venecia del norte me enseñó;
al en la Isla Vasilevski naufragar
y perdido despertarme al calor del perpetuo fuego
de la segunda Columna Rostral
que las gotas de mis mojadas ropas extinguieron;
al pisar las pantanosas ciénagas por donde orgulloso paseaba Pedro el Grande;
al errar sin rumbo a través de insurgentes palacios que, por la mano del hombre,
sonámbulos se han erigido;
al respirar el mismo aire que el iracundo Pushkin retuvo
cuando en duelo se batió;
al sentir cómo la indiferencia hacia vida o muerte dentro de mí se desgarraba
contemplando malformados fetos -ignorantes del castigo-
buceando en formol en el Kunstkammer;
al soñar por los toboganes, torbellinos y colores
de la Iglesia de la Sangre Derramada,
por cuyas torretas querría descolgarme con roídas sábanas;
al huir por instinto de los cientos de dragones
que con nebulosas de gaseiforme aliento
desafían al llanto, al frío, al viento;
al percatarme de la erosiva crueldad del invierno,
que, resoplando sobre candados férreos, amores congeló;
al surcar por las embravecidas arrugas de la vieja que en la Ulitsa Labutina
nunca se quejó de paciente escrutar
cielos tras cielos aguardando soles que infelizmente no llegaron;
al oler al ambulante mendigo número cuarenta y seis
que por todo el Nevskiy Prospekt su miseria arrastra:
al intercambiar enjutos rostros,
al enrolarme en sus agrietadas palmas,
al pulular por las ideas que me mostró,
al saltar por sus canas y enredarme entre su poblada barba,
al, aunque él no lo sepa, acompañarle un trecho del camino y escuchar y aprender y
deleitarme con historietas sobre lo que en las calles ha vivido;
y perdido despertarme al calor del perpetuo fuego
de la segunda Columna Rostral
que las gotas de mis mojadas ropas extinguieron;
al pisar las pantanosas ciénagas por donde orgulloso paseaba Pedro el Grande;
al errar sin rumbo a través de insurgentes palacios que, por la mano del hombre,
sonámbulos se han erigido;
al respirar el mismo aire que el iracundo Pushkin retuvo
cuando en duelo se batió;
al sentir cómo la indiferencia hacia vida o muerte dentro de mí se desgarraba
contemplando malformados fetos -ignorantes del castigo-
buceando en formol en el Kunstkammer;
al soñar por los toboganes, torbellinos y colores
de la Iglesia de la Sangre Derramada,
por cuyas torretas querría descolgarme con roídas sábanas;
al huir por instinto de los cientos de dragones
que con nebulosas de gaseiforme aliento
desafían al llanto, al frío, al viento;
al percatarme de la erosiva crueldad del invierno,
que, resoplando sobre candados férreos, amores congeló;
al surcar por las embravecidas arrugas de la vieja que en la Ulitsa Labutina
nunca se quejó de paciente escrutar
cielos tras cielos aguardando soles que infelizmente no llegaron;
al oler al ambulante mendigo número cuarenta y seis
que por todo el Nevskiy Prospekt su miseria arrastra:
al intercambiar enjutos rostros,
al enrolarme en sus agrietadas palmas,
al pulular por las ideas que me mostró,
al saltar por sus canas y enredarme entre su poblada barba,
al, aunque él no lo sepa, acompañarle un trecho del camino y escuchar y aprender y
deleitarme con historietas sobre lo que en las calles ha vivido;
al toparme con la nariz de Gogol que, resfriada, en el Ermitage se ha escondido
tras la Madonna Litta del maestro florentino;
al imaginarme zar;
al reparar en esto, eso y aquello,
evaporándome me desvanecí al comprender que la ciudad jamás será mía.
Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados
tras la Madonna Litta del maestro florentino;
al imaginarme zar;
al reparar en esto, eso y aquello,
evaporándome me desvanecí al comprender que la ciudad jamás será mía.
Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados
hola ¡cuánto tiempo! En enero nuevo disco de EXtremoduro, han tenido que atrasarlo... como siempre.
ResponderEliminarsaludos!!
Mmm. Todo un paseo, un largo paseo, espiritual, físico, literario, por la siempre enigmática Rusia. San Petersburgo de los muchos nombres.
ResponderEliminarMe ha hecho gracia ese final, que queda abierto. ¿La lápida de un consquistador? ¿Un final espiritual producido por la incomprensión de lo ruso? Un escollo que no pudistes saltar... Da igual, yo he disfrutado en esta ciudad en la que nunca he estado.
Un abrazo, hacedor de versos.
Hola Camisas!! Si han pasado los días, sí...
ResponderEliminarYa lo leí en su página, que lo están mezclando y tal...
esperemos con ansia y calma!
Te aseguro, Igor, que merece la pena la antigua Unión Soviética de ser visitada. Aunque si tienes pelo negro y piel con retazos de nuestros antepasados musulmanes, por mínima que sea, te tacharán de caucásico, como me pasó a mí. ¡No me han mirado peor en mi vida!
ResponderEliminarLo último es producto del desahogo, desaprensión y desapego de haber caminado en una ciudad donde tantos poetas hubo y tener que abandonarla.
Un abrazo
Al leerte me ocurre lo mismo :)
ResponderEliminarGenial tu blog! un placer encontrar algo decente en este mundillo:D
ResponderEliminarUn saludo!
Peripecias y extravagancias de una Veterinaria: http://iriabellas.blogspot.com/
Gracias MG!
ResponderEliminarIria!
ResponderEliminarNo puedes regalarme mejores palabras, te lo aseguro. Aunque sea difícil encontrar ratas, ¡estamos por el mundo!
Hola Agustín! como va ese viaje a la India?
ResponderEliminarTe recomiendo la película el arca rusa!
De nuevo felicitaciones por tu blog.. Saludos