AVISO A NAVEGANTES: no tengo ni puta idea de lo que he escrito. Tan solo sé que llevo un mes de sequía creativa y me ha salido esto. No sé si el género es fantástico, de aventuras, filosófico o de su puta madre. Repito: ni puta idea. Os permito que oséis a regalarme vuestras opiniones y, en particular, mediante la presente ordeno a Igor, infinitamente más ducho que yo en estos asuntos, a que me diga con exactitud de qué se trata esta atrevida parida ignota.
I
Caminé siete noches más por la Campiña. En la primera, compartí hoguera con un enano de las Montañas del Norte que se había extraviado. Hablaba sin parar de ambiciones por conseguir, de futuros felices y dichosos y de cómo acariciaban las brisas en los riscos de su tierra. Su barba pelirroja y vello de los brazos le daban un aspecto muy simpático y rudo a la vez, aunque comía con tal ferocidad que me costó contener la risa al escuchar sus postulados sobre el arte de la minería.
II
La siguiente noche, me crucé con un grupo de elfos del Bosque Esperpento, al lado de la Meseta Daikur. Demasiado arrogantemente sabios para mi gusto. Daban todo por obvio, olvidando que la mayor obviedad es el carácter perennemente cuestionable de las cosas. Supongo que la obsesión del perfeccionamiento les llevó a dilapidar los sentimientos y promover los sentidos, razón por la que creo que sus ojos perdieron en fulgor y ganaron en distancia. No conocían ni de la sorpresa ni del rugir del corazón. Me aburrí.
III
Preguntándome, al ocaso, a qué variopinto personaje conocería el tercer día de mi marcha, silbaba despreocupado montando el campamento. Herví el agua, desollé una liebre y nadie apareció. Comí tranquilo. Susurraban los vientos entre las hojas en sus tertulias vespertinas y, cuando más atención prestaba a lo que bisbisaban, llegó un perro pardo, de ojos tristes y apagados, gimiendo por un poco de comida. Ciertamente, me alegré mucho. Lo llamé Plasóteles.
IV
Al día siguiente, hubiese preferido estar solo a haber conocido a un grupo de hombres que provenían de las llanuras ígneas; esas tierras eran conocidas por lo dureza del vivir, pues siembre azotaba un sol impío desde cualquier punto, la tierra abrasaba y la siembra era imposible, por lo que los autóctonos se veían obligados a errar sin rumbo, nómadas, en busca de caza. Compartiendo camino, me supe aterrado, viendo cómo los más puros instintos les dominaban. Querían más y más. Solo para ellos. Y, si uno tenía una mayor cantidad de algo, era objeto de envidias del resto. No recapacitaban sobre las consecuencias de sus actos, tan solo pensaban en un presente tangible. Me repugnaban. ¿Cómo podrían tan neciamente ignorar su condición de mortales? Ellos reían y reían, bebiendo con vigor y una aparente seguridad en sí mismos. En cuanto pude, corrí entre las sombras.
V
Caminé siete noches más por la Campiña. En la primera, compartí hoguera con un enano de las Montañas del Norte que se había extraviado. Hablaba sin parar de ambiciones por conseguir, de futuros felices y dichosos y de cómo acariciaban las brisas en los riscos de su tierra. Su barba pelirroja y vello de los brazos le daban un aspecto muy simpático y rudo a la vez, aunque comía con tal ferocidad que me costó contener la risa al escuchar sus postulados sobre el arte de la minería.
II
La siguiente noche, me crucé con un grupo de elfos del Bosque Esperpento, al lado de la Meseta Daikur. Demasiado arrogantemente sabios para mi gusto. Daban todo por obvio, olvidando que la mayor obviedad es el carácter perennemente cuestionable de las cosas. Supongo que la obsesión del perfeccionamiento les llevó a dilapidar los sentimientos y promover los sentidos, razón por la que creo que sus ojos perdieron en fulgor y ganaron en distancia. No conocían ni de la sorpresa ni del rugir del corazón. Me aburrí.
III
Preguntándome, al ocaso, a qué variopinto personaje conocería el tercer día de mi marcha, silbaba despreocupado montando el campamento. Herví el agua, desollé una liebre y nadie apareció. Comí tranquilo. Susurraban los vientos entre las hojas en sus tertulias vespertinas y, cuando más atención prestaba a lo que bisbisaban, llegó un perro pardo, de ojos tristes y apagados, gimiendo por un poco de comida. Ciertamente, me alegré mucho. Lo llamé Plasóteles.
IV
Al día siguiente, hubiese preferido estar solo a haber conocido a un grupo de hombres que provenían de las llanuras ígneas; esas tierras eran conocidas por lo dureza del vivir, pues siembre azotaba un sol impío desde cualquier punto, la tierra abrasaba y la siembra era imposible, por lo que los autóctonos se veían obligados a errar sin rumbo, nómadas, en busca de caza. Compartiendo camino, me supe aterrado, viendo cómo los más puros instintos les dominaban. Querían más y más. Solo para ellos. Y, si uno tenía una mayor cantidad de algo, era objeto de envidias del resto. No recapacitaban sobre las consecuencias de sus actos, tan solo pensaban en un presente tangible. Me repugnaban. ¿Cómo podrían tan neciamente ignorar su condición de mortales? Ellos reían y reían, bebiendo con vigor y una aparente seguridad en sí mismos. En cuanto pude, corrí entre las sombras.
V
Gobernando ya la oscuridad del quinto día, el caprichoso destino quiso que, por ayudar en el sendero a quien yo creía un mendicante, me ganase la amistad de un sabio mago de Belcanfur. Recuerdo, mientras cenábamos, su cara huyendo de mis ojos al esconderse entre el juego de luces alentado por el baile de llamas, un rostro curtido por el devenir de los años, las manos agrietadas por surcos de toda una vida. Habló mucho y de muchas cosas: me hizo imaginar otros mundos con otros seres, con otras gentes; proponía lunas, soles y atardeceres distintos, más complacientes, menos rígidos; conversó seriamente sobre la naturaleza del tiempo, la percepción de éste en cada una de las especies y el desosiego de la injusticia. Dando generosos tragos al vino peleón, me comentó con cierta satisfacción que la razón del destierro al que fue condenado encontraba la causa en la expulsión que se granjeó de su Orden por vomitarle en los pies una perdiz viva a Kharzaham, el jefe y más temido de los magos. Entonces, comenzó a despotricar sobre la corrupción que produce el poder, afirmando con brío que el poder corrompe y que, el poder absoluto, corrompe de manera absoluta. Continuando en su soliloquio, yo me limitaba a disfrutar escuchando cómo, con cada nueva palabra, iba destapando sus demonios, amores, odios y miedos más internos. Sus ojos se trocaron vidriosos, denotando la nostalgia de querer cambiarlo todo y no ser capaz de cambiarse ni a sí mismo. Al final, emitiendo unos sonidos en un lenguaje ininteligible, ordenó a la fogata no parar de arroparnos con su luz de fuego mientras durmiésemos.
VI
La sexta noche no quise hablar con nadie. No estaba de ánimos. Seguí caminando.
VII
Por fin, el último día llegué a la Catarata de los Gritos Ahogados. Había caminado mucho y mis pies estaban arrugados y enmohecidos. Abriéndome paso a duras penas por la maleza selvática que crecía alrededor, luchaba desesperadamente por terminar, de una vez por todas, con la causa de mi viaje. Aún recuerdo cómo grité al quedarme atrapado por unas tramposas enredaderas, todo parecía estar en mi contra y, en una cuasi fútil rebeldía, me convulsioné hasta conseguir salir. Un rato más tarde, exhausto y casi sin aliento, alcancé mi meta. Arrastrándome bocabajo con delicadeza por la roca caliza y colocando mi cabeza sobre mis manos adelantadas, me coloqué en un saliente y, en ese instante, sentí la magia del lugar. Al principio, cerré los ojos y quise escuchar; escuchar los pájaros piando contentos, el ineludible romper del agua y el grito ahogado de los condenados que caían como peleles. Después, abrí la mirada y, ante mí, se hallaba un paraíso natural: el torrente fluvial era blanco pero, cuando se iniciaba la catarata y estaba suspensa en el aire, se volvía fugazmente de un extraño color índigo, hasta caer al siguiente tramo del río, donde adquiría cambiaba a un profundo e insondable negro. Toda una metáfora, pensé.
El paisaje me mantenía absorto, seducido por las combinaciones cromáticas y la dulce sinfonía de gritos. Cuando descansé lo suficiente, hice lo que tenía que hacer. Recordé todos los momentos con mi mujer e hijos y, permitiendo el brotar de lágrimas, esparcí sus cenizas por el mismo viento que me los quitó.
Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados
Fotografía: Yo en noviembre de 2009 en el Parque de las Estatuas de Budapest.
VII
Por fin, el último día llegué a la Catarata de los Gritos Ahogados. Había caminado mucho y mis pies estaban arrugados y enmohecidos. Abriéndome paso a duras penas por la maleza selvática que crecía alrededor, luchaba desesperadamente por terminar, de una vez por todas, con la causa de mi viaje. Aún recuerdo cómo grité al quedarme atrapado por unas tramposas enredaderas, todo parecía estar en mi contra y, en una cuasi fútil rebeldía, me convulsioné hasta conseguir salir. Un rato más tarde, exhausto y casi sin aliento, alcancé mi meta. Arrastrándome bocabajo con delicadeza por la roca caliza y colocando mi cabeza sobre mis manos adelantadas, me coloqué en un saliente y, en ese instante, sentí la magia del lugar. Al principio, cerré los ojos y quise escuchar; escuchar los pájaros piando contentos, el ineludible romper del agua y el grito ahogado de los condenados que caían como peleles. Después, abrí la mirada y, ante mí, se hallaba un paraíso natural: el torrente fluvial era blanco pero, cuando se iniciaba la catarata y estaba suspensa en el aire, se volvía fugazmente de un extraño color índigo, hasta caer al siguiente tramo del río, donde adquiría cambiaba a un profundo e insondable negro. Toda una metáfora, pensé.
El paisaje me mantenía absorto, seducido por las combinaciones cromáticas y la dulce sinfonía de gritos. Cuando descansé lo suficiente, hice lo que tenía que hacer. Recordé todos los momentos con mi mujer e hijos y, permitiendo el brotar de lágrimas, esparcí sus cenizas por el mismo viento que me los quitó.
Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados
Fotografía: Yo en noviembre de 2009 en el Parque de las Estatuas de Budapest.
Ya no sé si te da mejor la poesía o la prosa.
ResponderEliminarMe ha encantado esto: "la obsesión del perfeccionamiento les llevó a dilapidar los sentimientos y promover los sentidos, razón por la que creo que sus ojos perdieron en fulgor y ganaron en distancia." Pero me identifico más con el mago. Supongo que tú puedes ser un buen hobbit.
Y has puesto una fotografía :)
Yo, sin duda, voy a leer despacito esta entrada.
ResponderEliminarUn besito,
Yo
Me gusta. El nombre de Platón y Aristóteles juntos. Muy bueno. Sigo...
ResponderEliminarAh, ¿que no?, vale, yo imagino mucho también.
ResponderEliminarGracias Meme. La fotografía es porque, amablemente, me sugeriste que lo hiciese!
ResponderEliminarAndri, en realidad es Platón, Sócrates y Aristóteles ;)
bueno, puedo analizar?
ResponderEliminaryo creo que este viaje es una especie de sentir lo propio, tanto en cuanto se elije algo y cuando no, como por ejemplo la experiencia con los nómadas. si te fijás, vos hiciste un viaje, como una pequeña transfiguración de lo que ellos mismos son y sin embargo no te gustó demasiado eso. demás está decir que el personaje tiene otro estilo de vida y por eso no se identifica, no? pero pensandolo en frío es bueno aceptar que algo del otro se tiene.
cada día, el personaje vive algo intenso, incluso la soledad misma...
esa es mi forma de ver, claro.
y el texto da para mucho mas!
un gusto leerte siempre Agus!! realmente... es bueno haberte conocido!
La caminata de los 7 días le mereció bien la pena..
ResponderEliminarMe ha encantado, genial, te aplaudo:)
Muáá
Hay veces que hace falta hacer viajes como este,
ResponderEliminarun poco de cada cosa...
Saludos!
Caramba. He disfrutado como un enano, y perdona la broma fácil. Esto ha sido como comer pastel de chocolate. Ni idea del género al que pertenece, y ya ves, somos dos a la deriva, je,je.
ResponderEliminarBueno. En algo me ha recordado un relato de Italo Calvino, "El Caballero Inexistente", encuadrado en "Nuestros Antepasados", en el que Calvino se reía a ratos de las novelas de caballerías. Pero aquí tu tono es distinto. No lo sé, esta mezcla me ha gustado muchísimo. Hay análisis, aventura, filosofía, unos breves destellos poéticos muy buenos (cada vez pienso más en la sencillez poética, pero, ¿cómo se consigue?) y una fina melancolía que lo envuelve todo.
El final es genial y muy sorprendente, ya que no dejas pistas. Chocante. No sé qué criticar hoy, me has pillado desprevenido.
La figura del mago la has trazado con maestría, y éste "denotando la nostalgia de querer cambiarlo todo y no ser capaz de cambiarse ni a sí mismo" me parece una gran observación del alma humana.
Una mezcla que me ha dejado sentado en la silla, con la boca abierta.
Y ya te dijo, si te apetece, pasados unos días, que la replique en mi blog, ya lo sabes, tienes las puertas abiertas. Si te apetece-
Bueno, mis sinceras felicitaciones.
Saludos asombrados.
Noe, tienes razón. Más de una vez leí que todos los personajes creados son una pequeña o gran parte de nosotros. Pues eso... parece que soy un enano, un elfo, un hombre, un mago y hasta un perrito si me lo propongo jeje. Gracias por el comentario, ha resultado fructífero.
ResponderEliminarJajaja, ¡pues a excavar en minas Igor!
ResponderEliminarIronías y sátiras sobre las novelas de caballerías ya hay de sobra en el Quijote, de hecho la obra en sí es una crítica pero al tal Calvino que dices solo lo conozco por las reformas religiosas y las escisiones con las que tanto jodió (es bromaaa no soy tan ignorante!).
Acepto con efectos inmediatos tu propuesta, ¡pero no desde una postura contemplatica, no! CON MUCHA ALEGRÍA Y SATISFACCIÓN!! ¿Ser replicado en la fantástica Antigua Vamurta? ¡Eso será un honor! Meme y yo te vamos a tener que invitar a unas cuantas cervezas.
Un abrazo y gracias
Agus, no tenés ni que pedirme el poema... podés tomar de mi blog lo que necesites, eso lo sabés!
ResponderEliminarArgentina te manda muuuchos abrazotes gigantes!
Hola Agustín,
ResponderEliminarGracias por aceptar la propuesta. Ya te dijo que el relato me dejó cautivado. ¡Ah! He utilizado una de tus frases como cita... Con tu permiso.
Acabo de ver tu nueva entrada, que leeré y comentaré con calma. Parece más que interesante.
Saludos.
Calvino, qué pasada.
Un viaje a un mundo mejor; el mundo soñado.
ResponderEliminarEso me ha transmitido a mi, al menos.
Me ha gustado mucho la verdad, espero poder tener mas tiempo para leer con calma mas entradas de tu blog :)
Quería leer esta entrada el otro día, pero se fue la luz y se me fue yendo el santo al cielo. No pediré perdón. Me siento ridícula.
ResponderEliminarPues, mira tú, no imagino tanto que no acerté bien con el nombre.
ResponderEliminarComo es muy temprano aquí y aún tengo sueño, vuelvo a la cama y pasaré de nuevo por aquí.
ResponderEliminarAbrazo
Vaya, es increíble. Increíble por ese final que uno no espera ni por asomo. Además es tan, tan bonito, ese final, y triste y macabro a la vez. Una mezcolanza de sensaciones. Y los pasajes narrados, elfos y enanos, estupendo XD.
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