Un domingo de mayo, al nacer el día y el Sol buscar la casa de don Severino, no la encontró donde siempre había estado. Ya no se sienta en el suelo. Se alzó entre nubes, pero ni el Sol lo sabe; por eso no la encuentra ni la baña. Buscó los árboles y buscó el jardín y, al no verlos en su sitio, el Sol, de pronto, comprendió que la casa se había llenado de despropósitos y que habían desfilado por ella muchas otras palabras que empiezan por des. Entraron desamparo y desasosiego, desfigurar y destierro, desgravitar y desapego; y, al entrar estas dos últimas, se desarraigó del suelo, se despertó el terreno y despegó con los árboles, la casa y el jardín, y, todo junto como un bloque, se desasió de su asidero.
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Roberto Iniesta (El viaje íntimo de la locura)
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