“En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que solo espera que regrese la vida”.
Las calles desbordadas de soledad
musitan su canción de asfalto y humedad.
La lluvia de gentes cesó a las doce
y los escaparates, a oscuras, consumen la noche.
La calle, helada, no deja de gemir.
Susurra, me grita y me aleja más de ti.
Através del cristal de mis gafas no entiendo ¿qué coño tienes dentro?
¿Y a quién agobias tú?
Mi cerebro es asfalto; mi rostro, cemento.
Las palabras forman grilletes de brillante hielo.
Suda mi piel y lubrifica mis malos pensamientos.
Ya no puedo caminar recto desde hace tiempo.
No one wants to die. Even people who want to go to heaven don't want to die to get there. And yet death is the destination we all share. No one has ever escaped it. And that is as it should be, because Death is very likely the single best invention of Life. It is Life's change agent. It clears out the old to make way for the new. Right now the new is you, but someday not too long from now, you will gradually become the old and be cleared away. Sorry to be so dramatic, but it is quite true.
Your time is limited, so don't waste it living someone else's life. Don't be trapped by dogma — which is living with the results of other people's thinking. Don't let the noise of others' opinions drown out your own inner voice. And most important, have the courage to follow your heart and intuition. They somehow already know what you truly want to become. Everything else is secondary.
¿No los odias?, ¿esos silencios incómodos? ¿Por qué necesitamos decir algo para rellenarlos? Es por eso que sabes que has encontrado a alguien especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y disfrutar del silencio.
Hoy, esta mañana, una mañana que podría haber sido como cualquier otra, ha preferido, sin embargo, ser una mañana única y no parecerse a ninguna; y lo ha conseguido, porque esta mañana don Severino ha regresado de donde estaba: de la locura. Ha vuelto así, sin más, como el que vuelve del supermercado: tranquilo porque ahora tiene todo lo necesario, y sabiendo que, si ha sido capaz de regresar, ya no habrá nada que perturbe su calma ni nada que le atemorice ni le detenga. Ha colocado cuidadosamente, en los estantes de su alma, las nuevas provisiones con las que a partir de ahora alimentará su espíritu y ha sabido, desde este momento, que ya nunca sufrirá ninguna carencia. Y como un millonario que posee más dinero del que nunca podrá gastar, ha decidido dedicar el tiempo a derrochar su flamante fortuna.
Hoy es mi cumpleaños y nadie lo sabe. Es curioso cómo, con el devenir de los años, he acabado odiando la señalada fecha que antaño tan ansioso aguardaba. Sobre estas horas, un 5 de febrero, veinte años ha, me abría paso con considerable mata de pelo y llanto ensordecedor a través del cálido útero de mi progenitora. A partir de ahí, trescientos sesenta y cincos tras tres cientos sesenta y cincos, ese bebé insoportable fue creciendo hasta convertirse en lo que es hoy: un camaleón que, además, en la cama es un león. Sin embargo, esta situación produce insólitos efectos en mi ser. Cruzando calles y avenidas, nadie sospecha que sumo dos décadas pero, ¿cómo sé yo si ellos también lo hacen? El desconocimiento de vidas me abruma.
Se le atribuye dicha y ventura a un cuadradito en el calendario, una equis que convierte un día ordinario en especial y, a mi parecer, es una mera obligación sin réplica a estar alegre. ¿Por qué? ¿Por qué cojones tengo que estar contento sí o sí? Pues no, ¡a la mierda! El embrionario pensamiento que me surgió hace ya, ha germinado conduciéndome a la decantación de oponerme drásticamente al régimen absolutista de la felicidad. ¿Acaso no radica en ello la rebeldía? Intentaré ser feliz todos los días de mi vida menos en los que me obliguen, como en Navidad. Y así lo prefiero, que unos cuantos me guarden el secreto y, para los demás, que permanezca ajeno. Asimismo, cumplir años no es más que el recordatorio temporal de nuestra existencia. Como si el descarnado Cronos, con hoz en mano, nos soltase un “¡Eh, chaval! Que esto no es para siempre”. Me declaro partícipe de la idea de lo frustrante de cumplir años en la tercera edad. Estoy seguro de que se preguntarán “¿Será éste el último?” Ciertamente, si escribo esto con veinte tirones de orejas, cuando llegue el momento del medio siglo, no me quedará más remedio que dar un golpe de Estado o convocar una manifestación en aras de derrocar a la ufanidad, ejerciendo legítimamente mi derecho de reunión, a tenor del art. 21 de la Constitución Española de 1978.
Me encanta esta sensación, mis pies sobre el asfalto blanco por el calor primaveral, la suave brisa que te recorre todo el cuerpo, especialmente la entrepierna, sientes un inmenso poder al estar desnudo bajo las estrellas mientras un gigante vestido de ciudad sortea los coches a su alrededor.