Poeta y basura

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“En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que solo espera que regrese la vida”.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Cafés vieneses y cine

Este puente tuve la suerte de visitar vestigios del antiguo imperio austro-húngaro. Fui a Viena y, someramente, haré cinco recomendaciones: dos cafés y tres películas.

Inmerso en una ciudad para mi gusto demasiado "gloriosa", calles demasiado anchas, fachadas horriblemente pulcras y palacios a la vuelta de cada esquina (no os imagináis cómo añoraba Palermo mientras pateaba la ciudad), en dos ocasiones me sentí cálido. El Café Hawelka, punto literario de muebles cansados pero hogareños, me recibió con un gran chocolate caliente. En cuanto al otro, algo más refinado, el Café Central, ambientado con pianista, se encuentra rodeado de columnas de estilo sencillo y arquitectura que invita a soñar.

La verdad es que, ante tanto deslumbre y derroche arquitectónico, me dio un empacho, por lo que tuve que refugiarme en películas. Casi preceptivamente deberías ver las que a continuación os propongo. Tienen en común que muestran los distintos tipos de vida, culturas y gentes de cada país. ¿Acaso no es uno de los mejores métodos para viajar?

- Estación Central de Brasil: impresionante road movie en la que, con una actuación estelar, los originales protagonistas nos muestran una historia "molto carina".
- El cartero (y Pablo Neruda): si la correlación de la anterior, un niño chico y una solterona entrada en años era llamativa, esta lo es casi aún más pues se desarrolla a través de la relación entablada entre el poeta Pablo Neruda y un humilde cartero que le lleva la correspondencia a su casa en una isla durante el exilio.
- Tsotsi: muy buenísimo film sudafricano en el que el joven actor encarna a la perfección a quien representa hasta dar la impresión de que hace de él mismo. Dura y real.

Con esto, prosigo en mis estudios. ¡A más ver!

domingo, 23 de octubre de 2011

No hay calor para mis huesos fríos

¡Hola terrícolas!

*(Antes de nada, si quieres detener la música que se reproduce, ve a la siguiente entrada, la de abajo de esta).

Os traigo una sorpresa de las buenas, de esas que despiertan sonrisas. Hace unos meses, un músico amigo mío, D. G., me propuso participar en su grupo "Four Hands" con la letra para una canción de su segundo disco "Disconnected".

Me pidió que intentase reflejar en la medida de lo posible lo desgarrador de perder a un familiar directo, lo desolador de sentirse solo, desprotegido. Siendo así, compuse la letra, bautizando mi primera canción como "There's no heat to my frozen bones" (No hay calor para mis huesos fríos).

Para mi gusto, totalmente subjetivo aquí, el resultado quedó bastante bien, pudiendo quizás haberse mejorado la pronunciación (el resto de sus canciones son instrumentales).


Os dejo aquí la página web del grupo, un reproductor de la canción y la letra para que juzguéis vosotros mismos. Las estrofas en rojo son las mejores.

A más ver.


http://www.fourhandsproject.com/



Oh oh, naa naa, oh oh, naa

Watch the life going down
from  rivers to oceans.
Can you see the flying bird?
It’s lying on my left shoulder.

Take me!
With you, father.
I feel so lonely.

Take me!
With you, father.
Please, don’t go.

Here comes the train
to the dock of my brain.
Don’t you smell the smoke
that my head’s clouds broke.

And tell me why
it’s raining all day.
All day. All day. All day!

Here comes the pain
of this cruel game.
I don’t hear your voice
between wind’s noise.

No one…
... told me
the meaning yet.

No one…
… told me
it wouldn’t be the same.

I feel cold when winter’s come
and there’s no heat to my frozen bones.
I feel I rock my thoughts in words
until your old skin touched the dry wood.
I feel the sun; I feel the moon.
They’re unreachable.

I feel inside a burning soul.
That’s the true: now I am alone.
  Nítsuga Sotso Anibor
En Madrid a 26 de abril de 2011

viernes, 21 de octubre de 2011

La profecía

Igual que vuelve la aguja con el pespunte,
miro las hebras que quedaron en el camino;
ya completas fueron las horas,
ya los años entretejidos. 

Cuando un árbol herido savia llora,
gime su madera si roza al fuego;
pero es curiosa, y saber le urge. 

Si protestasen los vientos a mano alzada,
¡sabríamos del acíbar y su disgusto!

A dónde huirán las sombras con tanta prisa,
por qué dejarán tan desnudo al mundo.

Ven, blanca orquídea, ven
y dale cuerda a los cinco soles
de la profecía
                              que,           
                                        si no se cumple,
                                        viraremos a Xibalbá,
                                        a nuestra Casa Oscura. 

Pocos esculpen conscientes su sendero,
suele el pasado anticiparse al futuro;
¡ay de los que aún tratan de escrutar el cielo!
¿Acaso un pájaro vuela el azul en dos segundos? 

Linda flor,
no te avergüences por danzar
en la superficie de los lagos,
pues incluso roban nubes
las estrellas para verte. 

Como se extiende el aullar nocturno
de los que asaz nos sentimos lobos,
ilumina con violencia el Imperio de la Luna;
como reflejan ojos la voluntad de sus cuerpos,
ningún ser más palabras necesita.


Así,
a menudo el alma me toma preso,
y prófuga va en busca de bosques vírgenes.


Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados

domingo, 16 de octubre de 2011

Las escuelas matan la creatividad


Abordaré el tema desde dos perspectivas:

En primer lugar, colocando la mirada tras un prisma objetivo, Sir Ken Robinson no hace más que poner de manifiesto una lacra que llevamos arrastrando ya demasiado tiempo, demasiados siglos: el sistema educativo. Dicha lacra nace, vive, se reproduce y no llega a morir debido al consentimiento tácito de la sociedad y, a veces, incluso expreso y buscado. Pero, ¿realmente queremos que cambie? Depende. Depende de los criterios que consideremos relevantes. El ponente achaca a la Educación de hoy en día el holocausto de la creatividad; sin embargo, con el malogrado “bien común” en una mano y los aciagos “intereses económicos” en la otra, me pregunto qué le resulta más conveniente al Estado, si cultivar la creatividad o abogar por la robotización humana siempre que de ella obtenga incesante lucro. Sir Robinson afirma que “crecemos perdiendo creatividad y somos educados para seguir perdiéndola”, añadiendo, a ilustrativo modo de ejemplo, la jerarquización de las materias escolares. Pues bien, si, como decía el pintor malagueño, es cierto que todos los niños nacen artistas, tan solo debemos echar una breve mirada a nuestro alrededor o, simplemente, encender la televisión para percatarnos de que, desafortunadamente, el ponente no se equivoca. Por otra parte, resulta difícil atisbar, aunque sabemos qué pretende, sugerencia alguna al respecto. La ponencia versa sobre una realidad cercana, tangible, provoca desasosiego y uno llegar a pensar “¡qué mal! Esto se debería cambiar”, pero muy pocos tienen la capacidad, el tiempo y las ganas de enfrentarse a algo así, convirtiéndose ese “se” en el inevitable beneplácito del que quiere que las cosas cambien sin intentarlo. En este punto, enlazamos con que la traslación de las pretensiones en la realidad acostumbra a sorprenderse repleta de trabas y escollos arduamente salvables; ejemplo de ello han sido los cuasi siempre frustrados e innúmeros intentos de visionarios de la historia moderna y contemporánea de nuestra nación, quienes sospechaban que la solución a muchos problemas se encontraba en la Educación, ya que una buena base implica, normalmente, buenos resultados; apostar por ciertos valores, haciendo hincapié en aspectos actualmente desatendidos, augura una siembra con fruto asegurado: es el muro de carga del mañana, el pasaje al futuro.

Ahora, sumergiéndonos en la subjetividad y dada mi condición de discente, daré fe de que, día tras día, desgraciadamente, a menudo veo coartadas prácticamente toda creatividad, imaginación y capacidad de innovación, viéndome encerrado entre las férreas pastas de los manuales y las nobilísimas normas académicas. Exhausto de una docencia plana, unidireccional y excesivamente semejante entre profesor y profesor, no se me ocurre mejor metáfora que la del ansia de gritar, hacerlo y no oírse; ver el agua y no poder beber; comer y no saciarse. Evidentemente, un sistema que fomentase la creatividad resultaría de lo más positivo y enriquecedor: nos formaríamos y realizaríamos más humanamente, desechando a donde habita el olvido gran parte de la superficialidad, banalidad y trivialidad que plagan las relaciones sociales de hoy. Mas esto no implica que todo el mundo deba ser inventor o artista si no que la facultad creativa podría ser aplicada a infinidad de campos (por ejemplo, el empresario creativo).

Finalmente, a modo de cierre, añadiré que el binomio equivocación/riesgo en relación al aprendizaje mencionado por Carla merece especial atención. Si careciese el error de la denostosa connotación que acarrea y admitiésemos que se constituye como uno de los mejores senderos para aprender, cesaríamos en el infame uso de la lapidación de los instintos puesto que, de lo contrario, acabaremos como los personajes de Dickens en “Tiempos difíciles”: planos, iguales, víctimas de nuestro destino.

No tengamos miedo a estar equivocados.

Buenas noches.

Nítsuga Sotso Anibor

lunes, 10 de octubre de 2011

Proyecto de matadero

"No se puede luchar fuera sin que te hayan herido en casa".
Gonzalo Sánchez-Terán


Aún es mío,
mas el futuro se agota
como el agua de un oasis.

Se inquietan los rocines flacos,
ya no corren galgos
y callan hombres como la selva calla
ante la ley del más avaro.


Es peligroso, amigo mío,
cruzar la puerta y ser guía
de tus pasos, pues incluso

los jinetes temen el camino.

¿Qué ha sido del caballero
y su caballo? ¡Ay…! Hay que
gritar por tantas cosas
que lo conocido se vuelve
ajeno; ha de sentir el poeta
tan dentro que ruge la tormenta
su destino y siempre, siempre
volverán las golondrinas
del poema.

Tan solo quiero serrar
el amor que siento por la Tierra
y regalarte todos los besos
que pueda albergar el reflejo
del mar en luz de luna llena.

Por qué los corazones
quieren más de lo que tienen;
¡no sé cómo pechos no se afligen!
Será la cara amable de las rocas
un agrio lecho para quien a la vida
embiste.

Igual que un perro a su amo llora,
se aferran al hierro los presos para ser libres;
ningún genio sale si no se frota,
dónde está el sabio que al listo contradice.

Aman, aman
y de repente odian.

Un refugio donde hundir
la mirada; veo en tus ojos
y tus ojos no son nada.


¡Llorad! ¡Porque no todas
las lágrimas son amargas!
¿Acaso no apuñalan las monedas
a las caras con las que cargan?

Digo –y a veces parece que sólo yo digo–,

que toda cicatriz busca su cuchillo,
que nada tiene sentido si no acaba.


Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados

lunes, 3 de octubre de 2011

Noctívagos son los que a deshora vagan

Ir y venir de los días
que las tardes, cárdenas, despiden;
arrullar del recuerdo al oído,
admitir que el pasado nos persigue.

No pocos cambia la noche pensamientos
como de amor corazones se desvisten;
tanto distan razones de latidos
que incluso mares sabrán hundirse.

De súbito, como se apaga la vida,
los sentires ya son vueltos;
vivo fuego que junglas desafía
dicta pasos que no son nuestros.


¿También tú, Bruto,
conspiras en mi aliento?
Pues sí fue el aire
la causa de iracundos vientos.

Háblame, níveo albor,
del por qué, por qué candentes besos.

Tú, astuta náyade,
limas las horas del sendero.


Que son, que serán, a más ver,
la espera que me espera;
igual que al hombre se cosen
los charcos a sus huellas.


Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservado


martes, 20 de septiembre de 2011

Reflexión II

"Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras".
Jorge Luis Borges – El inmortal


Pero más, más duelen
menos ojos que estrellas nacen;
la espera gobiernan, no se van.

Supón la vida, ¡ay de mí!,
ladino el tiempo que sí se va.

Y yo aquí,
mientras el mundo gire
y todo siga igual,
suéñome demiurgo loco.

Detente:
¿por qué, fiesta de luz,
aciago sucumbir?


Oh… ni ya vencen los antiguos
el chantaje del destino;
que muchos han de ser llamados,
tantos como deben acudir.

Y quizás, quizás más sientan
menos mortales que hombres lloran;
perversa ley, innata ruina.


Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservado

Enlace a Reflexión I: http://elviajeintimodelalocura.blogspot.com/2011/07/reflexion.html

lunes, 19 de septiembre de 2011

Los idus de marzo

Este verano, entre otras obras, he devorado "Los idus de marzo", de Thornton Wilder. Confieso que, a pesar de que el estilo epistolar no me convencía, se encontraba estructurado con maestría, atando cabos continuamente, tapando posibles lagunas y arrastrando al lector ineludiblemente a través de la línea de tiempo.

Según el propio autor, a pesar de estar muy bien documentado, la caracterización y diálogos de los personajes es, en su mayoría, de cosecha propia a excepción de algunos poemas de Catulo rescatados.

A continuación, además de agradecer a quien me lo regaló, posteo uno de los capítulos que más me impactaron. Buen provecho.




VIII. DIARIO-CARTA DE CESAR A LUCIO MAMILIO TURRINO.

Probablemente entre el 4 y el 20 de septiembre.


970. Sobre las leyes de primogenitura y un pasaje de Herodoto.
971. Sobre la poesía de Cátulo.

Muchas gracias por las seis comedias de Menandro. Aún no he podido leerlas. Las he mandado copiar y antes de poco te devolveré los originales y algunos comentarios de mi cosecha. En verdad, debes de tener una biblioteca muy rica. ¿Hay algunos huecos que yo pueda llenar? Estoy escudriñando el mundo ahora en busca de un texto de la Lycurgeia, de Esquilo. Me costó seis años poder echar mano a los Comensales y a los Babilonios, de Aristófanes, que te envié la primavera pasada. La última, como notaste, es una copia muy pobre; algunos empleados de la aduana de Alejandría la habían cubierto con inventarios de cargamentos.

Incluyo en este paquete unas cuantas hojas de poemas. Las obras maestras antiguas desaparecen; otras nuevas, bajo Apolo, van llegando a tomar su lugar. Éstas son de un joven, Cayo Valerio Cátulo, hijo de un antiguo conocido mío que vive cerca de Verona. En el camino hacia el Norte [50] pasé la noche en su casa y recuerdo a los hijos y a la hija. De hecho, recuerdo que aprecié al hermano del poeta..., que después ha muerto..., muy altamente.

Te asombrará saber que la mujer a quien van dirigidos los poemas bajo el nombre de Lesbia no es otra que Clodia Pulquer, a la cual tú y yo escribimos poemas en nuestro tiempo. ¡Clodia Pulquer! ¿Por qué extraño encadenamiento de significaciones ha podido resultar que esta mujer, que ha perdido todo significado inteligible para sí misma y que sólo vive para marcar el caos de su alma sobre cuanto la rodea, pueda vivir ahora en la mente de un poeta como objeto de adoración y saque de él canciones tan radiantes? Te digo con toda seriedad que una de las cosas que más envidio en este mundo es el don del cual surte la gran poesía. A los grandes poetas les atribuyo la fuerza de mirar cara a cara la vida entera y armonizar lo que está dentro de ellos con lo que está fuera. Este Catulo bien puede pertenecer a ese grupo. Esos seres soberanos ¿estarán sujetos a las decepciones de la humanidad más baja? Lo que ahora me perturba no es el odio que me tiene a mí, sino el amor que siente por Clodia.

No puedo creer que se dirija sólo a su hermosura, y que la belleza del cuerpo baste a suscitar tales triunfos en la ordenación del lenguaje y de la idea. ¿Es tal vez capaz de ver en ella excelencias que a nosotros se nos esconden? ¿O ve la grandeza que indudablemente existía dentro de ella, antes de hundirse en el derrumbamiento moral que hoy despierta odio y risa en toda la ciudad? Para mí estas interrogaciones van unidas con las primeras que se suelen hacer a la vida misma. Continuaré ahondando en ellas y te comunicaré mis hallazgos.

972. Sobre política y nombramientos.
973. Referente a ciertas reformas introducidas en los Misterios de la Buena Diosa.
974. Se refiere a unos cuantos barriles de vino griego que César envía como regalo.
975. Sobre la petición de Cleopatra acerca de que se le permita, cuando esté en Roma, asistir a los Misterios de la Buena Diosa. 


A los mismos..., hombres austeros, hombres sin alegría, que gritan a los que les rodean: «¡Sed alegres como lo somos nosotros; sed libres como nosotros lo somos!». Catón no es educable. A Bruto le he enviado a la Galia Citerior como gobernador, para que aprenda. Octavio está a mi lado, viendo todo el tráfico del Estado; pronto le haré salir a la arena.

Pero ¿por qué ha de odiarme Cátulo? ¿Pueden los poetas engendrar indignaciones con sentimientos adquiridos en viejos libros de texto? ¿Son los grandes poetas estúpidos en todas las cosas que no son poesía? ¿Pueden formar sus opiniones en las conversaciones de una mesa de juego o en los baños públicos? Confieso, amigo querido, que me asombra una flaqueza que siento despertarse en mi, una flaqueza delirante: ¡Oh, ser comprendido por un hombre como Cátulo, ser celebrado por su mano en versos que no se olvidarían pronto!

978. Sobre un principio de trabajo bancario.
979. Sobre algunas actividades de conspiradores en Italia, que agitaban con vistas a asesinarle. Véase nuestro LXI.


¿Recuerdas donde Escévola, Cabeza roja, nos pidió que fuéramos de caza con él, el verano en que volvimos de Grecia? La segunda cosecha de trigo se presenta allí muy bien. [Esto es una indicación financiera, oblicuamente formulada para no poner sobre aviso a sus varios secretarios].

981. Sobre la pobreza de adjetivos que distinguen el color en la lengua griega.
982. Sobre una posible abolición de todas las observancias religiosas.


Anoche, mi noble amigo, hice algo que no había hecho desde hace muchos años: escribí un edicto; lo volví a leer; y lo hice pedazos, me consentí una incertidumbre. Estos últimos días he estado recibiendo informes absurdos sin precedentes de los desentrañadores de aves y los escuchadores de truenos. Por si era poco, los tribunales y el Senado han estado cerrados dos días porque un águila dejó caer algo no muy limpio en uno de sus vuelos sobre el Capitolio. Me iba faltando la paciencia. Me negué a dirigir el ritual de propiciación, a hacer la pantomima del espantado autorrebajamiento. Mi mujer y hasta mis criados me miraban de reojo. Cicerón se dignó aconsejarme que cumpliese con las expectaciones de la superstición popular.

Anoche me senté y escribí el edicto que abolía el Colegio de Augures y declaraba que de aquí en adelante no existían días que debieran considerarse nefastos. Lo escribí dando a mi pueblo las razones de tal acción. ¿Cuándo he sido más feliz? ¿Qué placeres son mayores que los de la honradez? Escribía y las constelaciones se deslizaban ante mi ventana. Dispersé el Colegio de Vírgenes Vestales; casé a las hijas de nuestras primeras casas y dieron hijos e hijas a Roma. Cerré las puertas de todos nuestros templos, excepto los de Júpiter.

Arrumbé los dioses en el abismo de ignorancia y temor del que habían salido y en ese semimundo traidor en que la fantasía inventa mentiras consoladoras. Y por fin llegó el momento en que puse a un lado lo que había hecho, y empecé a escribir de nuevo para anunciar que ni siquiera Júpiter había existido nunca; que el hombre estaba solo en un mundo donde no se oían más voces que la suya, un mundo ni amigo ni enemigo sino como él mismo lo hacía.

Y volviendo a leer lo que había escrito, lo destruí. Lo destruí no por las razones que Cicerón me diera..., no porque la ausencia de una religión de Estado haría surgir supersticiones en forma clandestina y originaría prácticas aún más bajas (cosa que ya está sucediendo); no porque medida tan extensa rompería el orden social y hundiría a las gentes en desesperación y desaliento como rebaño en una tormenta. En cierto orden de reformas, las dislocaciones causadas por el cambio gradual son casi tan grandes como las que produce una alteración total y drástica. No, no fueron consuelos y las mentiras que le hacen resignarse a la ignorancia y a la inercia; no me tengo por segundo de nadie en mi odio a toda poesía que no sea la mejor..., pero la gran poesía, ¿es la realización cumbre de los poderes del hombre o no es sino una voz que viene de fuera del hombre?

Tercero, un momento que acompaña a mi enfermedad y cuya insinuación de que existen un conocimiento y una felicidad más grandes me cuesta trabajo desecharla. [Esta frase evidencia la confianza ilimitada que César tenía en su corresponsal. César nunca permitió que se aludiese a sus ataques epilépticos.] Y, finalmente, no puedo negar que a veces me doy cuenta de que mi vida y los servicios que he prestado a Roma parecen haber sido forjados por un poder que está más allá de mí mismo. Bien puede ser, amigo, que sea yo el más irresponsable de los hombres, capaz desde hace mucho de traer sobre Roma todos los males que pueda sufrir un Estado, a no ser por el hecho de que fui el instrumento de una sabiduría más alta que me eligió por mis limitaciones y no por mi fuerza. Yo no reflexiono, y bien puede ser que esa instantánea operación de mi juicio no sea otra cosa que la presencia del daimón que llevo dentro, que es ajeno a mí, y que es el amor que los dioses tienen a Roma y a quienes mis soldados adoran y el pueblo reza por la mañana.

Hace unos cuantos días te escribí con arrogancia; dije que, como no respeto la opinión de hombre alguno, no necesito consejos de nadie, y acudo a ti en busca de consejo. Piensa en todas estas cosas para que me des todo tu pensamiento cuando nos veamos en abril. Entretanto, escruto cuanto pasa fuera y dentro de mi y particularmente el amor, la poesía y el destino. Y ahora veo que he estado haciendo estas preguntas toda mi vida, pero uno no sabe qué es lo que sabe, ni siquiera qué es lo que desea saber, hasta que a uno le desafían y tiene que apostar en el juego. Ahora me desafían: Roma exige de mí un nuevo engrandecimiento. Me queda poco tiempo. 

El viaje íntimo de la locura