Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.
Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
En todo esto.
Mas en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.
Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
En todo esto.
Mas en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.
Rafael Alberti - Sobre los ángeles
Recordando a Alberti. ¿Te puedes creer que no me he leído el libro? Y este poema, recargado de símbolos, casi críptico, me ha recordado al "Poeta en Nueva York" de Lorca.
ResponderEliminarUn buen recordartorio. Gracias.
Pues yo lo pondría en el Top Ten de libros pendientes de leer. Yo lo que hice fue ponerlo en el bolsillo interior de la cazadora de cuero y, en el momento en el que mis huesos, anegados de frío, crepitaban por el fragor de versos, satisfacía sus necesidades.
ResponderEliminar¡Vale! Seguiré tu consejo. Me suena que mi hermana lo tenía. Merci.
ResponderEliminarTe invito a entrar a el blog La ciudad del saber. Puedes considerar esto como spam, o no y entrar en un mundo totalmente nuevo. De todas formas gracias por tu tiempo.
ResponderEliminarUn saludo.
http://www.laciudaddelsaber.com/
Como para mí Lor Ostos, sé que este es uno de tus libros de cabecera cuando no el único.
ResponderEliminarGrande el surrealismo de don Rafael en esta obra maestra.
Un abrazo compañero de cañería
Amén a eso, compañero, amén.
ResponderEliminarEl nombre...ha sido el nombre de tu blog, y Janis sonriendo y mofándose....y Hendrix, pero el cuadro de Caravaggió si me tocó....
ResponderEliminarSaludos compañero en locuras....
Hola Frida, ¡no dejes de llorar!
ResponderEliminarLlorar es bueno: enjuaga los ojos y limpia las impurezas, por no decir que riega esta tierra marchita.
Un saludo