Arrepentimiento. Eso es lo que percibo en las dos poesías de un par de maestros sudamericanos que a continuación comparto con vosotros, fieles bastardos. Estaréis pensando “joder chaval, no te agobies, ¡que solo llevas veinte años pateados!”. ¡Pues yo me agobio! Borges, por un lado y Márquez por otro así expresan la desazón, el desaliento y desconsuelo que sienten al atisbar, antes inapreciables, las puertas del matadero por donde todos hemos de pasar. Y pienso yo, ¿no debería ir teniendo presente que he de aprovechar hasta la más sencilla de las cosas de nuestra vil rutina? Mi objetivo es llegar al punto alcanzado por ellos y poder escribir un poema, cuando los achaques casi no me lo permitan, que acabe con “Y mi vida, ahora cuasi extinta, ha sido aprovechada hasta el último puto minuto”. Eso es. Exprimid, amiguitos, exprimid. Que la letanía de los años no pasa en balde, que la continuidad de alineación de los astros no es cosa de críos, que fui a por harina de otro costal y me dieron largas.
Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.
Jorge Luis Borges – Instantes
Así de crudos nos materializa el de Buenos Aires sus frívolos pensamientos en su vejez más avanzada. Indiferencia hacia lo malo, concentración en lo bueno. Borges mezcla un cóctel de oposiciones, deseos reprimidos pero tardíos y cierto odio a no haber permitido la libre expansión de sus instintos cuando debía haberlo hecho. Aquí viene la segunda bomba:
Si por un instante Dios se olvidara
de que soy una marioneta de trapo
y me regalara un trozo de vida,
posiblemente no diría todo lo que pienso,
pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen,
sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría más,
entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos,
perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen,
Despertaría cuando los demás duermen.
Escucharía cuando los demás hablan,
y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate.
Si Dios me obsequiara un trozo de vida,
vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol,
dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón,
escribiría mi odio sobre hielo,
y esperaría a que saliera el sol.
Pintaría con un sueño de Van Gogh
sobre las estrellas un poema de Benedetti,
y una canción de Serrat sería la serenata
que le ofrecería a la luna.
Regaría con lágrimas las rosas,
para sentir el dolor de sus espinas,
y el encarnado beso de sus pétalos...
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida...
No dejaría pasar un solo día
sin decirle a la gente que quiero, que la quiero.
Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos
y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados están,
al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen,
sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas,
pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.
A los viejos les enseñaría que la muerte
no llega con la vejez sino con el olvido.
¡Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres…!
He aprendido que todo el mundo quiere vivir
en la cima de la montaña,
sin saber que la verdadera felicidad está
en la forma de subir la escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido
aprieta con su pequeño puño,
por vez primera, el dedo de su padre,
lo tiene atrapado por siempre.
He aprendido que un hombre
sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo,
cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes,
pero realmente de mucho no habrán de servir,
porque cuando me guarden dentro de esa maleta,
infelizmente me estaré muriendo.
Gabriel García Márquez – La marioneta
¿No se os han caídos los ojos al suelo? Yo los tuve que recoger llenos de porqueta porque el colombiano clava verdades en el tablero de la ceguera, tapando fugas, sellando oquedades de desesperanza. Especialmente, los dos versos en negrita flagelan el sosiego. ¡Tiene toda la razón del mundo! Y Robe, en su libro, lo deja caer cuando habla de unos chimpancés en la selva al afirmar que ellos, sus conversaciones y actos no existieron porque no existe ni su recuerdo. Y ahí radica, hoy por hoy, uno de mis principales objetivos: vivir en el recuerdo. ¿Cómo? Habré de ponerme manos a la obra desde ya, aunque es un proceso que puede desencadenarse en cualquier instante. ¿De qué forma? Haciendo algo por lo que no solo me recuerden dos o tres generaciones descendientes de mi familia sino unas miles de personas lo suficientemente grandes como para que satisfaga la egoísta voluntad de permanecer en el recuerdo, mas probablemente mi opinión vire en otro sentido cuando alcance la felicidad plena.
Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.
Jorge Luis Borges – Instantes
Así de crudos nos materializa el de Buenos Aires sus frívolos pensamientos en su vejez más avanzada. Indiferencia hacia lo malo, concentración en lo bueno. Borges mezcla un cóctel de oposiciones, deseos reprimidos pero tardíos y cierto odio a no haber permitido la libre expansión de sus instintos cuando debía haberlo hecho. Aquí viene la segunda bomba:
Si por un instante Dios se olvidara
de que soy una marioneta de trapo
y me regalara un trozo de vida,
posiblemente no diría todo lo que pienso,
pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen,
sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría más,
entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos,
perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen,
Despertaría cuando los demás duermen.
Escucharía cuando los demás hablan,
y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate.
Si Dios me obsequiara un trozo de vida,
vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol,
dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón,
escribiría mi odio sobre hielo,
y esperaría a que saliera el sol.
Pintaría con un sueño de Van Gogh
sobre las estrellas un poema de Benedetti,
y una canción de Serrat sería la serenata
que le ofrecería a la luna.
Regaría con lágrimas las rosas,
para sentir el dolor de sus espinas,
y el encarnado beso de sus pétalos...
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida...
No dejaría pasar un solo día
sin decirle a la gente que quiero, que la quiero.
Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos
y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados están,
al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen,
sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas,
pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.
A los viejos les enseñaría que la muerte
no llega con la vejez sino con el olvido.
¡Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres…!
He aprendido que todo el mundo quiere vivir
en la cima de la montaña,
sin saber que la verdadera felicidad está
en la forma de subir la escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido
aprieta con su pequeño puño,
por vez primera, el dedo de su padre,
lo tiene atrapado por siempre.
He aprendido que un hombre
sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo,
cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes,
pero realmente de mucho no habrán de servir,
porque cuando me guarden dentro de esa maleta,
infelizmente me estaré muriendo.
Gabriel García Márquez – La marioneta
¿No se os han caídos los ojos al suelo? Yo los tuve que recoger llenos de porqueta porque el colombiano clava verdades en el tablero de la ceguera, tapando fugas, sellando oquedades de desesperanza. Especialmente, los dos versos en negrita flagelan el sosiego. ¡Tiene toda la razón del mundo! Y Robe, en su libro, lo deja caer cuando habla de unos chimpancés en la selva al afirmar que ellos, sus conversaciones y actos no existieron porque no existe ni su recuerdo. Y ahí radica, hoy por hoy, uno de mis principales objetivos: vivir en el recuerdo. ¿Cómo? Habré de ponerme manos a la obra desde ya, aunque es un proceso que puede desencadenarse en cualquier instante. ¿De qué forma? Haciendo algo por lo que no solo me recuerden dos o tres generaciones descendientes de mi familia sino unas miles de personas lo suficientemente grandes como para que satisfaga la egoísta voluntad de permanecer en el recuerdo, mas probablemente mi opinión vire en otro sentido cuando alcance la felicidad plena.
Nítsuga Sotso Anibor