15 de agosto, festividad de la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos Empíreos
Del Dux de Venecia, Giuseppe Turrici, al Señor Augustino di Siena, Gran Duque
Querido Augustino di Siena:
Esta tarde paseaba yo en góndola por el Gran Canal, repartiendo sonrisas y zalemas a damas y caballeros, también en sus góndolas, cuando el señor cardenal de nuestra archidiócesis, al que había invitado, me refirió todo cuanto pasaba por la Toscana. Más tarde, ya en el despacho, pude leer vuestro correo, que un lacayo me trajo con urgencia, y que confirma todo cuanto me había descrito el prelado. Describís apasionadamente, como suele acontecer en vuestras misivas, los desmanes de la malhadada familia Médici, que Dios Nuestro Señor confunda. Espero que hayan respetado vuestra vida y que no manchen las aguas del Arno con vuestra preciosa sangre. Tened mucho cuidado con los miembros de ese apellido, gente vil, soez y de mala entraña, aunque hayan tenido el gusto de encargar obras artísticas para disimular que son los “parvenus” de la Europa.
Del Dux de Venecia, Giuseppe Turrici, al Señor Augustino di Siena, Gran Duque
Querido Augustino di Siena:
Esta tarde paseaba yo en góndola por el Gran Canal, repartiendo sonrisas y zalemas a damas y caballeros, también en sus góndolas, cuando el señor cardenal de nuestra archidiócesis, al que había invitado, me refirió todo cuanto pasaba por la Toscana. Más tarde, ya en el despacho, pude leer vuestro correo, que un lacayo me trajo con urgencia, y que confirma todo cuanto me había descrito el prelado. Describís apasionadamente, como suele acontecer en vuestras misivas, los desmanes de la malhadada familia Médici, que Dios Nuestro Señor confunda. Espero que hayan respetado vuestra vida y que no manchen las aguas del Arno con vuestra preciosa sangre. Tened mucho cuidado con los miembros de ese apellido, gente vil, soez y de mala entraña, aunque hayan tenido el gusto de encargar obras artísticas para disimular que son los “parvenus” de la Europa.
Mis espías me han referido que el maestro Miguel Ángel ha porfiado desde Roma para esculpir la enorme estatua de un David bíblico en el momento de enfrentarse a Goliat, que dejó inconclusa el maestro Rosellino hace veinticinco años, trabajando sobre aquel bloque inmenso de mármol de la cantera de Fantiscritti, en Carrara. Y que han contratado como modelo a un joven español de tierras extremeñas, un muchacho de cabello hirsuto, vehemente de carácter pero sencillo y entregado corazón. Mis espías no me aclaran si la tenacidad del maestro Miguel Ángel se debe al interés por concluir la obra abandonada del maestro Rosellino o al interés por el joven español. Todo puede ser hallándose por medio el confaloniero de justicia, el señor Piero Soderini. Ignoro, mi querido Señor Duque, si conocéis al muchacho, dado que sabéis compaginar las liras poéticas con las libaciones nocturnas, tratando con gentes de toda condición y origen.
Aquí, la serenidad de nuestra serena República sólo está parcialmente alterada por la próxima venida de Su Santidad el Papa Julio II. Lo esperamos con intriga pues, aparte de su contrastado mal humor, vendrá con humos calientes por el plante que ha dado el maestro Miguel Ángel a los encargos pontificios. El balanceo de nuestros canales, las seducciones que tendrá a la vista, harán olvidar obispo de Roma sus devociones por Maquiavelo. Si decidís veniros inmediatamente, haré cuanto esté en mi mano para que os nombre, al menos, cardenal. El color púrpura casaría bien con vuestro apasionado carácter y el azabache de vuestra cabellera. De todos modos, ya sabéis que me presto siempre a ser vuestro guía, como Virgilio con Dante en su famosa Comedia. No muráis tan pronto. Aún nos quedan amaneceres por contemplar, inmersos en la levedad poética de Guido Cavalcanti.
Y debo dejaros. Mañana me reúno con el Consejo de los Diez y debo dictar el discurso a mis escribanos. Que la Santísima Virgen María de vuestro Duomo os proteja.
Giuseppe Turrici
Dux de la Serenísima República de San Marco en Venecia