En estos días de escasez, elaboré mi segundo diálogo como práctica para una asignatura de "filosofía del lenguaje" en la Filología que inicié este año en la Universidad Complutense de Madrid. Había que escribir una historieta de ficción con un claro trasfondo de los problemas en la relación lenguaje-pensamiento. A los que os interese el tema de cómo funciona, os recomiendo que os leáis algún manual o las teorías resumidas de Wittgestein, Russell o Frege. Es muy, muy curioso. He aquí el texto:
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Al ocaso, ahí estábamos, silentes, con la música de algún jamaicano pacifista de fondo, viendo cómo las nubes se tiraban los trastos unas a otras, inconscientes de que no éramos más que otro objeto terrenal que acabaría siendo pulido por el viento, dos sujetos dotados de una limitada inteligencia que, balanceándonos cada uno en su silla, triturando el extremo de una muestra de trigo con una dentadura que ya incluso a sí misma se despreciaba, observaban un horizonte que nunca sospechamos tan insondable.
- ¿En qué estás pensando? —pregunté, curioso y pícaro pero con algo de desdén.
- ¿Eh? —reaccionando torpemente— En nada… bueno, sí; en pensar.
- ¿Pero qué clase de respuesta es esa? —dije cabalgando una profunda carcajada.
- Mi maestro, en paz descanse, me dijo que el pensamiento no se expresa simplemente en palabras, sino que existe a través de ellas —explicó, rodeado de un aura de misterio.
- Siempre acabas volviéndome a sorprender, amigo.
- Pero es que… ¡es verdad! ¿Nunca te has parado a reflexionar sobre ello? Imagínate la concatenación de evoluciones que han de darse, el caótico orden que las tiene que desatar para que estemos tú y yo aquí ahora.
Y pensar, compañero, pensar. Creerás con esto que estoy loco, que soy raro o simplemente un filósofo con fondo homicida pero, ¿no sientes a veces como si hubiese una tormenta en la cabeza? Dime, ¿no lo sientes?
- Hombre, después de una buena resaca… lo que siento es un apocalipsis —respondí, en tono burlesco.
- ¡Venga, hombre! Recapacita un instante sobre ello, haz el favor —suplicó—. En mi opinión, estamos limitadísimos por un lenguaje precario, una lengua que adolece de la perfección necesaria para subir al mundo de las ideas, coger una, bajar e intentar plasmarla por escrito. Sin embargo, el resultado no es más que, por ejemplo, la metopa que un aficionado esculpe imitando al gran Fidias.
- Pero, ¿a ti qué mosca te ha picado hoy? ¿Por qué de repente tan… tan existencialista? Aunque, ya que sacas el tema, te diré que no estoy de acuerdo contigo: yo creo que la lengua que hablo sí es perfecta; es más, lógicamente perfecta —argumenté, interesándome por la conversación de mi amigo.
- No, querido, perfectos son los números. La lengua es más ambigua que Juana, la panadera, ¿recuerdas? Diciéndome que lo nuestro era verdadero y falso. Verdadero por la pasión, producto de la necesidad, que profesábamos pero falso por la falsedad del amor. ¡Pues lo mismo en lo que intento expresarte! —exaltado, como si acabase de descubrir una gran verdad— Aparentemente la lengua es perfecta, pero nosotros, a efectos prácticos, la hacemos ambigua y, consecuentemente, imperfecta.
- ¿Y eso que tiene que ver con lo que hablabas del pensamiento? Yo puedo expresar todo lo que quiera cuando quiera.
- Quizás, pero son proposiciones simples. En cuanto a las complejas, las complicadas, el lenguaje se antoja insuficiente para plasmar el pensamiento abstracto con la potencia con la que se gesta y nace en nuestras cabezas. El pensamiento se puede comparar a un nubarrón que arroja una lluvia de palabras; éste carece de límites pero, en cambio, el lenguaje sí.
- Sea como sea, creo que ningún hombre pondría palabra alguna por escrito si tuviera el valor de vivir lo que cree; o algo así dijo un tal Miller, Milosevic o no sé quién...
- Sí; y también dijo que la imaginación es la voz del atrevimiento. La imaginación, amigo mío, es nuestra herramienta más poderosa para colorear un mundo cada día más gris. ¿No te das cuenta?
- No, no demasiada.
- ¡Dios! Sabía que el día que repartieron la inteligencia llegaste tarde; pero no tan tarde… —me replicó, iracundo—. Añadiendo a nuestros pensamientos la dosis de imaginación adecuada, se nos abre un universo de infinitas posibilidades.
- ¿Ah, sí? No te creo.
- Tal es la necedad de gente que, como tú, alimenta actitudes indudablemente pesimistas y retrógradas. ¡Pero me es indiferente! Yo soy feliz; mas triste también. Y es la mezcla de la fortuna con la infortuna de saberme fortuito y finito que me vuelvo a topar con la inexpugnable barrera del lenguaje para expresarlo correctamente, lo cual me conduce a la ineludible desaprensión de la impotencia; impotencia no en el sentido que piensas, ya sabes que yo con Juana…
- Deberías hacértelo mirar; conozco un médico que…
- ¡IMBÉCIL! ¿Acaso te has parado a pensar en lo que piensas y en lo que finalmente acabas diciendo? Sé que dentro, muy dentro de ti, tienes inquietudes. Tienes que aprender a despertar, aunque solo sea de vez en cuando.
- ¡Pues sí! ¡Las tengo! —confesé— Pero me muestro reticente a compartirlas porque creí que se me tacharía de intelectual y pretencioso.
- ¡No tengas miedo, muchacho! ¿Qué hay de malo en ello? De necios abunda el mundo.
- Vale, lo agradezco. Cuéntame algo más de lo que crees de todo esto.
- Pues, para empezar, dentro de ti, todo ya está dado; yo lo veo como una comunicación prácticamente silenciosa de los pensamientos más complicados. No obstante, esto se halla trabado enormemente por el solipsismo.
- ¿Soli qué?
- Hay quien afirma que detrás de cada pensamiento existe una tendencia afectivo-volitiva que es la que lo origina y el solipsismo, en esa línea, nos dice que el mundo es nuestro mundo, ¿me explico?
- Más o menos…
- Quiero decir que el mundo de cada uno son sus vivencias y recuerdos. Sé que es abstracto, lo sé…
- Pero, volviendo a dónde empezamos, aún no me has dicho en qué pensabas exactamente.
- ¡Já! ¿Tan descaradas y evidentes eran mis falacias? Ruego me perdones; te infravaloré —exclamó, achinando los ojos, con cierta malicia.
- Perdonado. Ahora, responde.
- Pensaba… que la vida es una lenteja: ¡o la tomas, o la dejas!
- ¿En qué estás pensando? —pregunté, curioso y pícaro pero con algo de desdén.
- ¿Eh? —reaccionando torpemente— En nada… bueno, sí; en pensar.
- ¿Pero qué clase de respuesta es esa? —dije cabalgando una profunda carcajada.
- Mi maestro, en paz descanse, me dijo que el pensamiento no se expresa simplemente en palabras, sino que existe a través de ellas —explicó, rodeado de un aura de misterio.
- Siempre acabas volviéndome a sorprender, amigo.
- Pero es que… ¡es verdad! ¿Nunca te has parado a reflexionar sobre ello? Imagínate la concatenación de evoluciones que han de darse, el caótico orden que las tiene que desatar para que estemos tú y yo aquí ahora.
Y pensar, compañero, pensar. Creerás con esto que estoy loco, que soy raro o simplemente un filósofo con fondo homicida pero, ¿no sientes a veces como si hubiese una tormenta en la cabeza? Dime, ¿no lo sientes?
- Hombre, después de una buena resaca… lo que siento es un apocalipsis —respondí, en tono burlesco.
- ¡Venga, hombre! Recapacita un instante sobre ello, haz el favor —suplicó—. En mi opinión, estamos limitadísimos por un lenguaje precario, una lengua que adolece de la perfección necesaria para subir al mundo de las ideas, coger una, bajar e intentar plasmarla por escrito. Sin embargo, el resultado no es más que, por ejemplo, la metopa que un aficionado esculpe imitando al gran Fidias.
- Pero, ¿a ti qué mosca te ha picado hoy? ¿Por qué de repente tan… tan existencialista? Aunque, ya que sacas el tema, te diré que no estoy de acuerdo contigo: yo creo que la lengua que hablo sí es perfecta; es más, lógicamente perfecta —argumenté, interesándome por la conversación de mi amigo.
- No, querido, perfectos son los números. La lengua es más ambigua que Juana, la panadera, ¿recuerdas? Diciéndome que lo nuestro era verdadero y falso. Verdadero por la pasión, producto de la necesidad, que profesábamos pero falso por la falsedad del amor. ¡Pues lo mismo en lo que intento expresarte! —exaltado, como si acabase de descubrir una gran verdad— Aparentemente la lengua es perfecta, pero nosotros, a efectos prácticos, la hacemos ambigua y, consecuentemente, imperfecta.
- ¿Y eso que tiene que ver con lo que hablabas del pensamiento? Yo puedo expresar todo lo que quiera cuando quiera.
- Quizás, pero son proposiciones simples. En cuanto a las complejas, las complicadas, el lenguaje se antoja insuficiente para plasmar el pensamiento abstracto con la potencia con la que se gesta y nace en nuestras cabezas. El pensamiento se puede comparar a un nubarrón que arroja una lluvia de palabras; éste carece de límites pero, en cambio, el lenguaje sí.
- Sea como sea, creo que ningún hombre pondría palabra alguna por escrito si tuviera el valor de vivir lo que cree; o algo así dijo un tal Miller, Milosevic o no sé quién...
- Sí; y también dijo que la imaginación es la voz del atrevimiento. La imaginación, amigo mío, es nuestra herramienta más poderosa para colorear un mundo cada día más gris. ¿No te das cuenta?
- No, no demasiada.
- ¡Dios! Sabía que el día que repartieron la inteligencia llegaste tarde; pero no tan tarde… —me replicó, iracundo—. Añadiendo a nuestros pensamientos la dosis de imaginación adecuada, se nos abre un universo de infinitas posibilidades.
- ¿Ah, sí? No te creo.
- Tal es la necedad de gente que, como tú, alimenta actitudes indudablemente pesimistas y retrógradas. ¡Pero me es indiferente! Yo soy feliz; mas triste también. Y es la mezcla de la fortuna con la infortuna de saberme fortuito y finito que me vuelvo a topar con la inexpugnable barrera del lenguaje para expresarlo correctamente, lo cual me conduce a la ineludible desaprensión de la impotencia; impotencia no en el sentido que piensas, ya sabes que yo con Juana…
- Deberías hacértelo mirar; conozco un médico que…
- ¡IMBÉCIL! ¿Acaso te has parado a pensar en lo que piensas y en lo que finalmente acabas diciendo? Sé que dentro, muy dentro de ti, tienes inquietudes. Tienes que aprender a despertar, aunque solo sea de vez en cuando.
- ¡Pues sí! ¡Las tengo! —confesé— Pero me muestro reticente a compartirlas porque creí que se me tacharía de intelectual y pretencioso.
- ¡No tengas miedo, muchacho! ¿Qué hay de malo en ello? De necios abunda el mundo.
- Vale, lo agradezco. Cuéntame algo más de lo que crees de todo esto.
- Pues, para empezar, dentro de ti, todo ya está dado; yo lo veo como una comunicación prácticamente silenciosa de los pensamientos más complicados. No obstante, esto se halla trabado enormemente por el solipsismo.
- ¿Soli qué?
- Hay quien afirma que detrás de cada pensamiento existe una tendencia afectivo-volitiva que es la que lo origina y el solipsismo, en esa línea, nos dice que el mundo es nuestro mundo, ¿me explico?
- Más o menos…
- Quiero decir que el mundo de cada uno son sus vivencias y recuerdos. Sé que es abstracto, lo sé…
- Pero, volviendo a dónde empezamos, aún no me has dicho en qué pensabas exactamente.
- ¡Já! ¿Tan descaradas y evidentes eran mis falacias? Ruego me perdones; te infravaloré —exclamó, achinando los ojos, con cierta malicia.
- Perdonado. Ahora, responde.
- Pensaba… que la vida es una lenteja: ¡o la tomas, o la dejas!
Acto seguido, con un elegante y sutil movimiento, propinó la fuerza necesaria a una de las patas de mi silla que, como seguía erguida sobre solo dos, provocó que la gravedad, como acostumbra, se volviese a manifestar con la nefasta consecuencia de una caída sobre la misma hierba que, nunca tan asombrada, nos había escuchado con firme atención.
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