"Seis personajes en busca de autor" (en italiano, "Sei personaggi in cerca d'autore") es la más famosa obra del escritor Luigi Pirandello, estrenada en Italia en 1921. En ella, el público es confrontado con la llegada inesperada de seis personajes durante los ensayos de una obra teatral que insisten en ser provistos de vida, de permitírseles contar su propia historia. De que ellos son personajes en busca de autor porque el que tenían les negó materializarlos en una obra, convirtiéndose dicha búsqueda en su sino, en la razón sine qua non se les será privada su propia existencia.
Me chocó la originalidad de la trama y, en el prefacio del libro, Pirandello lo aclara perfectamente. Mediante ellos y su mediocridad, plantea una duda existencial que me embelesó hasta aplaudir al fragmento que a continuación comparto. Y es que todo está en la cabeza, amigos, todo está en la cabeza.
EL PADRE. (...) Y comprendo, justamente, que el juego de su arte tiene que lograr, como dice el señor, una perfecta ilusión de realidad.
EL DIRECTOR. ¡Eso es exactamente!
EL PADRE. ¡Pero también tiene que pensar que nosotros no tenemos otra realidad más allá de esta ilusión!
EL DIRECTOR. ¿Y eso qué quiere decir?
EL PADRE. ¡Por supuesto que sí, señores! ¿Qué otra realidad? Lo que para ustedes es una ilusión a crear, para nosotros es la única realidad. ¡Y no solamente para nosotros, créame! Piénselo bien. ¿Podría decirme quién es usted?
EL DIRECTOR. ¡Eso es exactamente!
EL PADRE. ¡Pero también tiene que pensar que nosotros no tenemos otra realidad más allá de esta ilusión!
EL DIRECTOR. ¿Y eso qué quiere decir?
EL PADRE. ¡Por supuesto que sí, señores! ¿Qué otra realidad? Lo que para ustedes es una ilusión a crear, para nosotros es la única realidad. ¡Y no solamente para nosotros, créame! Piénselo bien. ¿Podría decirme quién es usted?
EL DIRECTOR. ¿Cómo que quién soy?... ¡Soy yo!
EL PADRE. ¿Y si le dijera que no es verdad, porque usted es yo?
EL DIRECTOR. ¡Le diría simplemente que está loco!
EL PADRE. ¿Y si le dijera que no es verdad, porque usted es yo?
EL DIRECTOR. ¡Le diría simplemente que está loco!
EL PADRE. Tienen razón para reírse: esto es un juego y usted, por lo tanto, puede objetarme que sólo por un juego ese señor, allá (señalará al PRIMER ACTOR), que es «él», tiene que ser «yo», que sin embargo soy yo, «éste» ¿Se da cuenta cómo ha caído en la trampa?
EL DIRECTOR. ¡Ya hemos hablado de esto! ¿Se lo repito de nuevo?
EL PADRE. No, no. No quería decir eso precisamente. Incluso lo invito a salir de este juego que usted acostumbra hacer aquí con sus actores. Pero vuelvo a preguntarle en serio: ¿quién es usted?
EL DIRECTOR. ¡Vaya si se puede ser descarado! ¡Uno que se da ínfulas de personaje tiene el atrevimiento de preguntarme quién soy!
EL PADRE. Un personaje, señor, siempre puede preguntar a un hombre quién es. Porque un personaje tiene realmente una vida, con sus propios atributos, por los que siempre es «alguien». Mientras que un hombre —y no estoy hablando de usted ahora— un hombre cualquiera puede que no sea «nadie».
EL DIRECTOR. ¡Claro! ¡Pero usted me lo pregunta a mí, que soy el Director! ¡El Director de la compañía! ¿Se da cuenta?
EL PADRE. Sólo lo hago para saber, señor, si verdaderamente usted puede verse cómo es ahora mismo... y como ve, por ejemplo, con la distancia del tiempo, a aquel que fue, con las ilusiones que tenía entonces; con todas las cosas, dentro y a su alrededor, de acuerdo a cómo las veía entonces —y que eran realmente así para usted—. Pues bien, señor. Recordando esas ilusiones que ya no se plantea, todas aquellas cosas que ahora ya no le «parecen» como «eran» hace un tiempo para usted, ¿no siente como si faltara, no digo estas tablas del escenario, sino un piso firme, el suelo bajo sus pies, sobre todo si piensa que de igual manera «esto» que siente ahora, toda su realidad actual, tal como es, también está destinada a parecerle una ilusión el día de mañana?
EL DIRECTOR. ¿Y? ¿Adónde quiere llegar?
EL PADRE. A ningún sitio, señor. Tan sólo hacerle ver que si nosotros no tenemos otra realidad más allá que la ilusión, también sería bueno que usted desconfiase de su realidad, de la que usted hoy respira y toca, porque, como la de ayer, está destinada a revelársele el día de mañana como una ilusión.
EL DIRECTOR. (Volviendo a tomárselo en broma.) ¡Tiene toda la razón! ¡Ahora sólo falta que usted diga que con esta comedia que viene a representarme es más verdadero y real que yo!
EL PADRE. (Decididamente serio.) ¡No tengo la menor duda, señor!
EL DIRECTOR. ¿Ah, sí?
EL PADRE. Supuse que usted lo había comprendido desde un principio.
EL DIRECTOR. ¿Más real que yo?
EL PADRE. Si su realidad puede alterarse de un día para el otro...
EL DIRECTOR. ¡Pero claro que puede cambiar! ¡Y continuamente! ¡Cómo todos!
EL PADRE. (Dando un grito.) ¡Pero la nuestra no, señor! ¿Entiende? ¡Ésa es la diferencia! No cambia, no puede cambiar ni ser otra, jamás, porque ha sido fijada, así, «ésta», y para siempre. ¡Y eso es terrible, señor! ¡Es realmente inalterable! ¡Hasta deberían sentir un escalofrío cerca de nosotros!
EL PADRE. No, no. No quería decir eso precisamente. Incluso lo invito a salir de este juego que usted acostumbra hacer aquí con sus actores. Pero vuelvo a preguntarle en serio: ¿quién es usted?
EL DIRECTOR. ¡Vaya si se puede ser descarado! ¡Uno que se da ínfulas de personaje tiene el atrevimiento de preguntarme quién soy!
EL PADRE. Un personaje, señor, siempre puede preguntar a un hombre quién es. Porque un personaje tiene realmente una vida, con sus propios atributos, por los que siempre es «alguien». Mientras que un hombre —y no estoy hablando de usted ahora— un hombre cualquiera puede que no sea «nadie».
EL DIRECTOR. ¡Claro! ¡Pero usted me lo pregunta a mí, que soy el Director! ¡El Director de la compañía! ¿Se da cuenta?
EL PADRE. Sólo lo hago para saber, señor, si verdaderamente usted puede verse cómo es ahora mismo... y como ve, por ejemplo, con la distancia del tiempo, a aquel que fue, con las ilusiones que tenía entonces; con todas las cosas, dentro y a su alrededor, de acuerdo a cómo las veía entonces —y que eran realmente así para usted—. Pues bien, señor. Recordando esas ilusiones que ya no se plantea, todas aquellas cosas que ahora ya no le «parecen» como «eran» hace un tiempo para usted, ¿no siente como si faltara, no digo estas tablas del escenario, sino un piso firme, el suelo bajo sus pies, sobre todo si piensa que de igual manera «esto» que siente ahora, toda su realidad actual, tal como es, también está destinada a parecerle una ilusión el día de mañana?
EL DIRECTOR. ¿Y? ¿Adónde quiere llegar?
EL PADRE. A ningún sitio, señor. Tan sólo hacerle ver que si nosotros no tenemos otra realidad más allá que la ilusión, también sería bueno que usted desconfiase de su realidad, de la que usted hoy respira y toca, porque, como la de ayer, está destinada a revelársele el día de mañana como una ilusión.
EL DIRECTOR. (Volviendo a tomárselo en broma.) ¡Tiene toda la razón! ¡Ahora sólo falta que usted diga que con esta comedia que viene a representarme es más verdadero y real que yo!
EL PADRE. (Decididamente serio.) ¡No tengo la menor duda, señor!
EL DIRECTOR. ¿Ah, sí?
EL PADRE. Supuse que usted lo había comprendido desde un principio.
EL DIRECTOR. ¿Más real que yo?
EL PADRE. Si su realidad puede alterarse de un día para el otro...
EL DIRECTOR. ¡Pero claro que puede cambiar! ¡Y continuamente! ¡Cómo todos!
EL PADRE. (Dando un grito.) ¡Pero la nuestra no, señor! ¿Entiende? ¡Ésa es la diferencia! No cambia, no puede cambiar ni ser otra, jamás, porque ha sido fijada, así, «ésta», y para siempre. ¡Y eso es terrible, señor! ¡Es realmente inalterable! ¡Hasta deberían sentir un escalofrío cerca de nosotros!
Luigi Pirandello