(De mí se apoderó cuando acudí al bramadero donde suelo beber al ver que estaba seco).
Odio el tumulto, la gente sin rumbo, la sinuosidad crápula.
Odio el ambiente cargado, el indulto, la superficialidad.
Odio los aeropuertos, las carismáticas esquinas, los sitios cerrados.
Odio la muchedumbre, los viejos usos, los gritos encerados.
Odio el tabaco traidor, las bellacas prisas, los platónicos amores.
Odio la vengativa brisa, el cáncer, los aplausos sin motivaciones.
Odio la rabia contenida, los zulos, las falsas sonrisas.
Odio las esperas, los turnos, las sillas cojas.
Odio la política en todas sus formas.
Odio la impotencia, la inercia, los que sucumben.
Odio los protocolos, las puestas de largo y de corto,
los vocablos que nada dicen.
Odio la humedad, el tiempo y sus agujas.
Odio el vals de tic-tacs; amo el exilio mental, errar.
Odio los testamentos, las crueles plumas, las ambiciones huecas.
Odio ser incapaz de respetar a los irrespetuosos.
(me odio demasiado por ello).
Odio que palabras acribillen mi cabeza,
que esta molestia en el interior se geste,
que vísceras carcoman mis bestias.
Odio aparecer en fotos fortuitas de turistas.
Odio ser yo, odio ser tú algún día.
Odio el taciturno olor de hospital, el gris humo, la tierra estriada.
Odio la vejez encarnada en abuelas callejeras.
Me odio derrotado con el alma rota, los zapatos desabrochados,
las agarrotadas brochas, las neveras sin leche y atravesar noches pisando sombras.
Odio el sistema, odio en masa, sin dirección aparente.
Odio los secretos del susurro silencioso de enjambres de mentes.
Odio artificiales avenidas, estereotipos, pelos en el mármol.
Odio con dolor y sin piedad.
Odio como yo quiero.
Odio la felicidad fácil, la pasividad, los ojos furtivos.
Odio las condenas, las cadenas, los recuerdos derretidos.
Odio los centros de cualquier gran ciudad
porque veo la realidad tal y como es: cruda.
¿Y esta mancha en la acera?
Es el vómito de Zaratustra.
Odio el tumulto, la gente sin rumbo, la sinuosidad crápula.
Odio el ambiente cargado, el indulto, la superficialidad.
Odio los aeropuertos, las carismáticas esquinas, los sitios cerrados.
Odio la muchedumbre, los viejos usos, los gritos encerados.
Odio el tabaco traidor, las bellacas prisas, los platónicos amores.
Odio la vengativa brisa, el cáncer, los aplausos sin motivaciones.
Odio la rabia contenida, los zulos, las falsas sonrisas.
Odio las esperas, los turnos, las sillas cojas.
Odio la política en todas sus formas.
Odio la impotencia, la inercia, los que sucumben.
Odio los protocolos, las puestas de largo y de corto,
los vocablos que nada dicen.
Odio la humedad, el tiempo y sus agujas.
Odio el vals de tic-tacs; amo el exilio mental, errar.
Odio los testamentos, las crueles plumas, las ambiciones huecas.
Odio ser incapaz de respetar a los irrespetuosos.
(me odio demasiado por ello).
Odio que palabras acribillen mi cabeza,
que esta molestia en el interior se geste,
que vísceras carcoman mis bestias.
Odio aparecer en fotos fortuitas de turistas.
Odio ser yo, odio ser tú algún día.
Odio el taciturno olor de hospital, el gris humo, la tierra estriada.
Odio la vejez encarnada en abuelas callejeras.
Me odio derrotado con el alma rota, los zapatos desabrochados,
las agarrotadas brochas, las neveras sin leche y atravesar noches pisando sombras.
Odio el sistema, odio en masa, sin dirección aparente.
Odio los secretos del susurro silencioso de enjambres de mentes.
Odio artificiales avenidas, estereotipos, pelos en el mármol.
Odio con dolor y sin piedad.
Odio como yo quiero.
Odio la felicidad fácil, la pasividad, los ojos furtivos.
Odio las condenas, las cadenas, los recuerdos derretidos.
Odio los centros de cualquier gran ciudad
porque veo la realidad tal y como es: cruda.
¿Y esta mancha en la acera?
Es el vómito de Zaratustra.
Nítsuga Sotso Anibor