Como el fuego, como volcanes heridos,
desde los riscos de otros cielos
o más allá de luz robada,
aleteó tres veces el jaloque adormecido.
Pregonando cabelleras de falso terciopelo,
trajo el ponto su secreto azul
aquel día en que rabió la niebla.
Por cada camino blanco, cada senda negra,
hay mil rufianes de daga carmesí
y dragones que atesoran ébano.
El rumor constante, pasajero, –quizás dudo–,
cosido en piruetas navajeras,
fue semejante al despertar frío.
Por eso, con el rostro huidizo, errante,
huye toda estrella de su reflejo esquivo;
así, suelen cantar y correr, correr y festejar
las vidas en las que ya no vivo.
Nítsuga Sotso Anibor © Todos los derechos reservados
Interesante forma y más interesante final.
ResponderEliminarMe gusta mucho, Agustín.
Un abrazo.
¿Un heterónimo? Ja. Señor Sotso, es una cascada esta poesía, aunque su barroquismo me deja KO. Por eso, los versos que más amo son los dos últimos.
ResponderEliminarSaludos.